viernes, 22 de octubre de 2021

LAS GUERRAS DEL SIGLO XXI

 


El desarrollo tecnológico ha sido muy importante para marcar las diferencias entre vencedores y vencidos desde hace siglos. Armas nuevas por principio ganaron casi por si solas muchas guerras, desde la catapulta a la ballesta, desde los arcabuces a la ametralladora. Sin embargo, el factor humano ha sido fundamental para ganar las guerras, y así  lo han entendido siempre los militares. Recordemos que en la Guerra de Vietnam, por ejemplo, la asimetría entre los contendientes era enorme, mientras EE UU disponía de portaaviones, carros de combate, bombarderos estratégicos y todo tipo de sofisticadas armas, los guerrilleros del Vietcong y las fuerzas regulares de Vietnam del Norte tenían poco más que fusiles AK-47 y morteros de 120 mmm. Pero, nadie ganaba en capacidad de sufrimiento y en determinación a los comunistas vietnamitas, que ya habían derrotado a Francia y que luego derrotarían a China. En Vietnam había un teatro de operaciones favorable al "factor humano", la jungla. A pesar de que los estadounidenses utilizaron en forma masiva agentes químicos criminales, como el defoliador "agente naranja", no lograron inclinar la balanza de su lado. El desarrollo tecnológico ha marcado muy claramente las guerras de los últimos años del sigo XX, y solo en la de Afganistán, donde la orografía también es singular, las armas modernas no han logrado decidir el desenlace. En los últimos años el desarrollo tecnológico en el campo militar ha sido espectacular, ello ha permitido realizar operaciones de bombardeo muy precisas, minimizando víctimas colaterales, pero también consiguiendo que la capacidad de supervivencia de los soldados en el campo de batalla sea muy escasa. Cámaras térmicas, infrarrojos, satélites, drones, etc. Sobrevivir hoy en un teatro de operaciones militares ante un enemigo con un ejército bien desarrollado tecnológicamente es un milagro. Hemos visto, por ejemplo, en la Guerra de Siria, como EE UU y Rusia lanzaban misiles de crucero desde buques de superficie, submarinos o bombarderos estratégicos desde cientos o miles de kilómetros de distancia para batir objetivos, pero eso es solo una muestra de la sofisticación del armamento moderno. Un operador situado en EE UU puede dirigir un dron aéreo en Afganistán y decidir sobre la vida y la muerte de la gente desde miles de kilómetros de distancia. En las guerras del futuro los muertos no los pondrán nunca las grandes potencias, siempre serán los países más pobres, los que no tienen capacidad de acceder a ese tipo de armas. Sin embargo, algunos países de mediana entidad han logrado un desarrollo tecnológico militar espectacular, me refiero, por ejemplo, a Israel y a Turquía. Lo de Israel todo el mundo lo sabía, pero, ha sido una sorpresa el espectacular despliegue tecnológico que hizo Turquía en las confrontaciones en Libia y en la reciente guerra entre Armenia y Azerbaiyán, logrando evitar en Libia la victoria total del mariscal Jalifa Hafter y ayudando a ganar la guerra a Azerbaiyán. Las nuevas armas y los nuevos sistemas de armas son cada vez más eficaces para matar. EE UU, por ejemplo, ha desarrollado una bomba convencional termobárica, dirigida por láser o GPS, capaz de perforar hasta 60 metros de hormigón armado y luego explosionar en instalaciones fuertemente protegidas provocando una devastación similar a una bomba nuclear táctica. Pero, los campos de batalla del siglo XXI estarán repletos de drones, por tierra mar y aire, y de robots autónomos, que se autoabastecerán y se repararán entre ellos, que se autoprogramarán en función de las circunstancias cambiantes, que decidirán por sí mismos, sin compasión, sin ética, sin los inconvenientes de un ente orgánico, da mucho miedo. Otras armas que ponen los pelos como escarpias y que están desplegando ya las grandes potencias son las situadas en órbita terrestre, potentes cañones láser y electromagnéticos de inducción nuclear que pueden poner en cuestión la soberanía de cualquier país en pocos minutos y todo un repertorio de misiles hipersónicos, incluidos los portadores de cabezas nucleares tácticas o estratégicas. Estos cohetes vuelan a velocidades de hasta diez veces la del sonido; quiere esto decir que un disparo accidental o una mala interpretación deja al factor humano con muy poco tiempo para decidir si abortar, o no, la operación.

El Homo Sapiens ha llegado a una encrucijada producto del desarrollo de la única especie tecnológica que conocemos, una encrucijada que se resolverá en este siglo XXI: La colonización humana del Cosmos dependerá de si no nos autodestruimos primero. 


 

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