jueves, 8 de septiembre de 2016

TENDRÉIS MI ODIO

El libro “No tendréis mi odio”, del periodista francés Antoine Leiris, se ha convertido en un fenómeno de masas en el país vecino y algunas de las cosas que se dicen en él, y también las declaraciones a los medios informativos de su autor, en objeto de debate en multitud de tertulias y virales en Internet. Antoine perdió a su mujer en un atentado yihadista, en concreto su esposa fue una de las decenas de víctimas del atentado terrorista en la Sala Bataclán reivindicado por el Estado Islámico. Después de la masacre, Antoine Leiris, escribió una carta a los asesinos donde les comunicaba que no conseguirían ni su odio ni el de su pequeño hijo, huérfano de madre, de 17 meses, y que esa sería su victoria. En esa carta está basado el libro.
No voy a ser yo, líbreme Dios, el que critique la actitud de Antoine Leiris, la respeto, como respeto a los que ponen la otra mejilla y a los que aman a sus enemigos. Pero yo creo que también debe ser respetado el odio legítimo, la reacción mas humana ante la injusticia llevada a límites insoportables. El libro de Antoine Leiris es emocionante, pero ni él ni su autor tendrán un lugar preferente en mi cabecera. Aunque no suene bonito (no escribo para agradar) yo reivindico el odio legítimo.
Uno de mis héroes históricos es el general cartaginés Aníbal, hijo del también general Amílcar Barca y de una mujer hispana cuyo nombre se ha perdido y que en los libros de Historia figura como “Ibérica”. Con tan solo 11 años Aníbal se empeñó en ir con su padre a combatir a Hispania y para convencerlo juró ante él odio eterno a los romanos. Aquel odio tampoco era gratuito, porque el Imperio ya extendía sus tentáculos por todo el Mediterráneo y el Norte de África y, después de la Primera Guerra Púnica, donde Cartago había sido derrotada, Roma había obligado a los cartagineses a pagar unos tributos y a unas cesiones humillantes. El juramento de Aníbal no fue una formalidad, su odio hacia Roma y lo que ésta había infligido a su pueblo lo motivó durante su carrera militar y consiguió que tomara iniciativas, tan arriesgadas como valientes, que lo han convertido en uno de los generales mas admirados de la Historia. Seguramente Aníbal no habría atravesado los Pirineos y los Alpes con su ejército y sus elefantes sin el odio que guardaba en su corazón y seguramente los romanos no habrían sido derrotados en las batallas del Rio Trebia, el Lago Trasimeno o la de Cannas, metiendo Aníbal el miedo en el cuerpo a los que pretendían ser los dueños del mundo de aquella época. Finalmente los cartagineses fueron derrotados por el general romano Escipión, El Africano, en la batalla de Zama.
Cuando el terrorismo yihadista todavía no se había hecho presente en Francia, ya había asesinado a muchas personas en Nueva York, en Londres o en Madrid. Además de los talibanes, años después aparecieron el Estado Islámico y filiales de Al Qaeda, como el Frente Al Nusra. Algunos de esos grupos sobresalieron por sus atrocidades, desde atentados suicidas indiscriminados hasta torturas y ejecuciones difícilmente imaginables. Cuando los asesinos se comían los corazones aún palpitantes de los prisioneros del Ejército Sirio, los arrojaban desde los tejados de los edificios y los degollaban como a corderos nadie movía un dedo en Europa. Cuando los fanáticos cortaban manos y cabezas, crucificaban cristianos o vendían a las mujeres como esclavas sexuales, los informativos, también en Francia, estaban centrados en otros asuntos.

Hay gente que odia todo lo que representan los yihadistas y sus valedores, sus ideas, sus métodos, sus masacres y sus mentiras y ese odio profundo y fundamentado es un odio legítimo y, sobre todo, eficaz para combatirlos.

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