En esta larguísima campaña
electoral que llevamos meses padeciendo, a falta de propuestas y de ideas para
mejorar la vida de los ciudadanos y de debates con argumentos serios, se está
recurriendo mucho al insulto y también a la grosera manipulación del lenguaje,
algo muy querido por los propagandistas de baja estopa. A las descalificaciones
personales y las continuas alusiones al aspecto físico del adversario político
se unen los calificativos que los demócratas de pacotilla se han sacado de la
manga para intentar hacer daño al adversario, sobresaliendo entre ellos el de “populistas”.
La palabreja no es un invento español, ni mucho menos, pues el poder
establecido lleva bastante tiempo utilizándola en Europa con profusión. Desde
el presidente de la Comisión Europea hasta el presidente francés, son muchos
los que llaman “populistas” a los que los amenazan. Los “populistas”, dicen,
son gente que utiliza una idea simple para arrastrar a las masas, pero, y ese
es el problema, una idea simple se puede desmontar también con argumentos
simples, pero, no son capaces de hacerlo ni con estrategias complejas. Son millones
las personas que acuden a las urnas a votar a esos “populismos” y tienen razones
bien fundamentadas para ello, ni son idiotas ni se han vuelto locos.
Otro calificativo que escuchamos
ahora continuamente en España, pero en sentido contrario al que se quiere dar
al “populismo”, es el de “constitucionalistas”. Al parecer, no son “constitucionalistas”
los que juran o prometen la Constitución y los que la defienden, aunque quieran
reformarla sometiendo a referéndum nacional cualquier modificación, sino los
que se han pasado por la entrepierna cosas como el derecho al trabajo y a una
vivienda digna, que todos seamos iguales ante la Ley o que han modificado el
artículo 135 de la Carta Magna sin consultar al pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario