viernes, 4 de junio de 2021

LA EXPANSIÓN CUANTITATIVA

 


Los políticos son muy aficionados a emplear eufemismos, les gusta inventarse nombres raros, que nadie entiende, precisamente para eso, para que no se entiendan, es una forma muy grosera de engañar a la gente que funciona, pero que solo funciona durante un tiempo, porque la realidad siempre se acaba imponiendo. Cuando los nazis se retiraban del Frente del Este, arrollados por las tropas soviéticas, decían a los ciudadanos alemanes: “avanzamos hacia la retaguardia”, pero eso no impidió que las tropas del mariscal Zhukov se plantaran en Berlín. Pues bien, en lo que menos le gusta a la gente que le tomen el pelo es en lo que afecta directamente, para mal, a su bolsillo y aquí sí que los políticos y los economistas a su servicio se subliman con los eufemismos. La crisis económica que padecemos no ha sido producida por la pandemia del coronavirus, eso solo la ha agravado, viene de bastante atrás, de más atrás incluso que la anterior crisis financiero-inmobiliaria de 2008. A mediados de los años 70 del siglo pasado se empezaron a ver los efectos perniciosos de un sistema económico donde la planificación brillaba por su ausencia, así, mientras muchos países carecían de casi todo, en Occidente la producción industrial empezó a dar los primeros signos de sobreproducción, algo que se agudizaría posteriormente y a lo que se le buscó salida con la globalización. Sin embargo, la globalización no aportaba soluciones al negocio del crédito y por eso, muy imprudentemente, se creó la burbuja financiero-inmobiliaria. En unos pocos años, a través de hipotecas a 40 años, o más, el trasvase de capital de los trabajadores hacia los empresarios y las entidades financieras fue brutal. Se vendían pisos como churros al triple, o más, de su valor de coste y los bancos, alentados por los gobiernos y por los bancos centrales, daban créditos no solo para el piso, también para los muebles y el coche, a gente que, en cuanto perdiera un poco más de poder adquisitivo, no los podría pagar. Así sucedió, porque la usura es algo que no tiene límites. La crisis de 2008 fue en realidad una crisis crediticia. Para intentar paliar la grave crisis en la que habían metido a Occidente, para salvar a esos bancos que tenían miles de créditos incobrables y para que no les pidieran cuentas los ciudadanos, los políticos echaron mano de su instrumento más querido, los eufemismos. Los bancos centrales pusieron a funcionar las máquinas de hacer billetes a todo trapo, dinero sin respaldo de valor para inundar con él la maltrecha economía, a eso se le llamó “expansión cuantitativa” y también, en menor medida, “flexibilización cuantitativa”. Pensaron que el invento les había funcionado, porque, a pesar de introducir en la economía, que no en el mercado, ingentes cantidades de papel moneda, no se había disparado la inflación, y eso que el crédito estaba más barato que nunca, incluso con intereses negativos. Sin embargo, era un espejismo, porque ese dinero no había ido a parar a manos de la gente, no circulaba, había ido a sanear las cuentas de los bancos a través, sobre todo, de la compra por parte de éstos de bonos y Deuda. El dinero sin respaldo de valor es como un taxi, solo se valoriza si circula. Si un taxista compra un coche para guardarlo en el garaje no lo valorizará nunca. En esta crisis el dinero sí ha ido a los particulares y a las empresas. En los últimos meses la Reserva Federal ha fabricado nada menos que seis billones de dólares sin respaldo de valor que el gobierno americano ha repartido. 18 millones de estadounidenses cobran ahora 300 dólares a la semana del Estado y eso ha tenido la consecuencia, no solo de que haya unidades familiares que viven mejor sin trabajar, también que las empresas no encuentren ahora los trabajadores que necesitan. Pero, como habíamos comentado hace algunas semanas, ha aparecido el fenómeno de la hiperinflación. En Florida, por ejemplo, el precio de los alquileres ha subido el 80% en los últimos meses. La masa monetaria en circulación es mucho mayor, a los precios actuales, que los bienes y servicios que se pueden comprar con ella, así que para que ambas partes de la ecuación se equilibren habrá una gran inflación. Esa será la consecuencia que todos vamos a ver de la fechoría. Mientras nuestros políticos nos entretienen con otras cosas, la inflación en España va camino ya del 3%, y eso afecta directamente a los salarios, a las pensiones y a los ahorros de la gente ¿Qué nuevos eufemismos sacarán de la manga los encantadores políticos y los economistas del pesebre para intentar engañarnos?

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