miércoles, 11 de marzo de 2020

EN MI IGNORANCIA


Yo soy el único español que no soy un experto en el coronavirus, en este asunto, como en muchos otros, soy un perfecto ignorante, lo confieso. Todos los habituales tertulianos de las cadenas de radio y de televisión dan ahora clases de medicina vírica, otros escriben sesudos artículos y editoriales para ilustrarnos sobre los avatares del bichito y las redes sociales se han llenado de gente versada en el asunto, de especialistas en la materia. El otro día, mientras esperaba entre otros padres y abuelos, entre madres y abuelas, por la salida de los niños de la escuela, escuché sesudas disertaciones, teorías conspirativas muy bien elaboradas, proyecciones para el futuro inmediato y el menos inmediato; si uno sabía todo lo que hay que saber, venía la otra y todavía sabía mucho más. Pobre de mí, soy un mindungui entre tanta sabiduría. Lo que si se es lo que ven mis ojos y escuchan mis oídos, yo no me atrevo a elevar a la categoría de tesis incontestables mis ocurrencias y mis corazonadas sin prueba alguna. Como no soy ningún experto, ni tengo la información suficiente ni tengo claro que el coronavirus tenga un origen animal, ni que, en verdad, apareciera en un mercado de una ciudad china, no espere usted que le pueda ilustrar en algo, bastante tengo que ilustrarme yo. Eso sí, parece, recalco de lo parece, que todo empezó en Wuhan, la ciudad de once millones de habitantes que es capital de la provincia de Hubei, situada en China Central, y que desde allí se ha extendido a casi todo el mundo. En fin, esto para mí es algo parecido al eterno debate sobre el Universo, sabemos los efectos, pero no sabemos la causa ni el por qué, al menos no lo sabemos los ignorantes. Mientras los chinos han logrado parar la pandemia, implementando medidas que ningún otro país sería capaz de tomar (“no tomaremos ninguna medida que no seamos capaces de implementar”, nos espetó Fernando Simón, el hombre de jersey que todos los días, entre risas y sonrisas, nos da el parte diario de infectados y muertos) en Europa lo que nos toman es el pelo a nosotros, al que lo tenga. La pandemia no creo, desde mi ignorancia, que se vaya a parar ni cerrando escuelas, ni aplazando ¿sine díe? la liga de fútbol, ni suprimiendo Las fallas y la Semana Santa, ni con ninguna de las medidas que ha tomado el gobierno de España y los demás gobiernos europeos, eso podrá ayudar, pero, si la gente se va a seguir moviendo e interactuando, no se aíslan los focos infectados y no se pone bajo reclusión domiciliaria a poblaciones enteras, como hicieron los chinos, yo tengo la impresión de que la pandemia se extenderá imparable, como se extiende todos los inviernos la gripe. Angela Merkel, que seguramente estará mucho mejor informada que yo y que es la que lleva la batuta en la UE, ya nos lo ha dejado muy clarito. “no podremos impedir que un 70% de la población sea infectada por el coronavirus”. Las personas con patologías respiratorias y de más edad serán las víctimas propiciatorias, no vamos a necesitar una ley de eutanasia y la pastillita holandesa para solucionar el problema de las pensiones. El Covid-19 (me hace gracia el uso de nombres y términos científicos, como si la gente de a pie supiéramos algo de ellos, pero lo mismo nos pasó con la prima de riesgo, de la que antes de la crisis de 2008 no sabíamos ni lo que era y luego todos hablábamos de ella como si fuera de la familia) ha venido para quedarse, porque esto no es China, aquí tenemos muchas libertades y mucha democracia, pero la selección natural no entiende de esas cosas, sobrevive el que mejor sabe adaptarse a un entorno cambiante y a un medio hostil. No hace falta ser muy listo para ver las consecuencias sociales y económicas, para adivinar lo que nos va a pasar, nos lo comunicará, a su debido tiempo, un hombre de jersey, Angela Merkel y ¡ojo! Cristine Lagarde, vamos, pienso yo, en mi ignorancia.

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