En el año 2.007 escribí un
artículo bajo el título de “La crisis que viene” donde advertía que el mundo
capitalista estaba a punto de sufrir un crack económico muy grave. Al contrario
que reputados economistas que ya venían diciendo desde hacía años lo que se
avecinaba, basándose en algunas contradicciones del sistema, como la subreproducción
industrial que se había empezado a manifestar en los años 70 del pasado siglo,
mis elementos de análisis eran mas de andar por casa, pero, a la postre, serían
el verdadero detonante de la crisis que estalló por el impago de las hipotecas
subprime o basura, es decir, masivos préstamos para la compra de viviendas
infladas de precio que se hicieron a ciudadanos cuyas propiedades solo eran un
modesto salario. Aquel año 2.007, a pesar de los evidentes peligros que
acechaban, el mundo vivía en plena fiesta. Nunca las grandes corporaciones y la
gran banca habían ganado tanto gracias a sus tejemanejes y a endeudar a los
incautos hasta el cuello. Pero, para el que lo quisiera ver, ya había señales
alarmantes de lo que podría pasar. Hubo una brutal escalada del precio de los
cereales, debido a las sequías provocadas por el cambio climático y a la
especulación de los intermediarios, que incrementaron los precios de los
alimentos. También se disparó el coste de los productos petrolíferos. A finales
de 2.007 el precio en origen del barril de petróleo ya había superado los 100
dólares, cuando en agosto de aquel mismo año estaba en torno a los 80 dólares. Las
grandes empresas estaban ganado mucho dinero, pero, en su usura, cometieron un
grave error, se apropiaron de mucho más que las plusvalías resultantes del
trabajo productivo.
Los trabajadores hacía mucho
tiempo que estaban perdiendo poder adquisitivo, porque los precios llevaban
años subiendo por encima de los salarios. En algunos países de Europa esa
pérdida de poder de compra se había agravado con la entrada en la moneda única,
el Euro, que incrementó, también, artificialmente los precios. Llegó un
momento, como ahora sabemos todos, que la gente no pudo pagar sus créditos y
aquella fiesta se convirtió en un drama para millones de personas.
Pero, en contra de la lógica, los
ciudadanos no reaccionaron contra los que les habían abocado al desastre.
Siguieron gobernando los mismos y, como era de esperar, continuaron con sus
fechorías. Ante las dificultades de los bancos, que ya no podrían cobrar muchos
de los préstamos que hicieron y no sabían que hacer con cientos de miles de
viviendas imposibles de vender y cuyo valor había caído muy por debajo de la
hipoteca que tenían, los Gobiernos inyectaron muchísimo dinero a las entidades
financieras y los especuladores se las arreglaron para que el precio de la
Deuda Pública se mantuviera alto. La jugada fue la siguiente: con dinero
público prestado a muy bajo interés, cuando no totalmente gratis, los bancos se
dedicaron a comprar Deuda a unos altísimos réditos que tendrían que pagar los
trabajadores y las clases medias. La burbuja inmobiliaria se sustituyó por la
burbuja de la Deuda.
EE UU, país líder del
capitalismo, es donde primero se manifiestan los síntomas de las enfermedades económicas
contagiosas. Sucedió con las hipotecas subprime y también está pasando con la
bomba de relojería de la Deuda, que está a punto de explotar. Estos días hemos
visto como el país, sobre el papel, mas rico del mundo ha estado sin dinero
para pagar a sus funcionarios. Los navajazos traperos entre los políticos de
Washington han sido lo que ha ocupado los noticiarios, pero el verdadero
trasfondo del asunto es una estratosférica Deuda que va a poner a prueba muy
pronto la sostenibilidad global de un sistema que, evidentemente, agoniza.
No hace mucho que el presidente
Obama tuvo que pedir que se cambiara la Ley para poder sobrepasar el tope de la
Deuda, con la promesa de que se controlaría el déficit, pero no ha así. La
Deuda reconocida USA ya ha llegado a los 16,8 billones de dólares, pero la
verdad es que puede ser terriblemente mayor. Según un estudio de la Universidad
de California-San Diego, realizado por el profesor de economía James Hamilton,
la Deuda real puede ascender a 70 billones de dólares. El estudio analiza la
Deuda Federal incluyendo los gastos realizados tras el estallido de la crisis
en 2.008, como el apoyo a la vivienda, garantías de préstamos, seguros de
depósitos y las inyecciones monetarias de la Reserva Federal. Para darnos una
idea del problema, baste decir que EE UU ya tiene que pagar de intereses
anuales por su Deuda (una gran parte comprada por China y por los propios
bancos norteamericanos) 220.000 millones de dólares y que en 2.021 tendrá que
abonar mas que todo el presupuesto de Defensa, es decir, 550.000 millones de
dólares.
Si era evidente que la pérdida de
poder adquisitivo de los ciudadanos generaría una grave crisis, aún debe serlo
más que el crecimiento exponencial de la Deuda desembocará en la supercrisis,
una depresión mundial de consecuencias inimaginables.
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