Conviene recordar lo que sucedió en España tras los terribles atentados del 11M de 2004. Casi 200 muertos y casi 2.000 heridos no fueron los que hundieron las expectativas electorales del PP y del entonces presidente, José María Aznar, fueron la foto de las Azores, las manifestaciones contra la Guerra en Irak y las mentiras de aquel gobierno, alarmado ante las consecuencias electorales que la asociación de apuntarse a aquella guerra y a aquellos atentados podrían provocar en el electorado. Aquellos atentados no fueron una trama del PSOE y ETA para cargarse el gobierno de Aznar, como sostienen todavía los conspiracionistas (también hubo atentados en Nueva York y Londres, en los otros dos países protagonistas de la foto de las Azores), pero sí hubo una campaña mediática del PSOE para que Zapatero, que antes de esos sucesos no tenía ninguna posibilidad para hacerse con el gobierno, llegara a la presidencia, no solo desmontando las mentiras de José María Aznar, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, también inventando otras patrañas y llamando al acoso de las sedes del PP. Ambas circunstancias no solo fueron decisivas para el cambio de gobierno, también sentaron un precedente de impunidad ante el papel que los aparatos mediáticos pueden suponer en las campañas electorales, a veces manipulando groseramente las informaciones, llamando a manifestaciones o incluso mintiendo descaradamente. Aquella impunidad mediática y aquellas maniobras exitosas dieron alas. Pues bien, el PSOE ha decidido que, además de apoyar al BNG, necesita una campaña mediática de embustes contra el PP y contra Feijóo para acusarlo de intentar pactar con los independentistas catalanes, exactamente los mismos que apoyan al gobierno de Sánchez y exactamente los mismos que quiere amnistiar el gobierno de Sánchez. En esa trama es evidente la colaboración de los terminales mediáticos socialistas y de los propios independentistas catalanes. Hasta la golpista Marta Rovira (ERC), la que ahora pide que se juzgue a los jueces, dice que el PP quería pactar con ellos. La responsabilidad de las consecuencias de una trama antidemocrática, por sus mentiras, no es solo de los políticos de la pseudoizquierda, lo es también de unos periodistas que soslayan su profesionalidad poniéndose al servicio de los que no tienen ni principios ni escrúpulos.
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