lunes, 12 de abril de 2021

LÁGRIMAS DE COCODRILO

 


Cuando escribo estas líneas hay al menos cuatro muertos y varios internados en hospitales en estado grave en el enésimo rescate a una patera en aguas de las Islas Canarias. Esta vez no se trata de los miles de personas que el sátrapa de Marruecos nos envió y que ya suman, solo de ese país, más de un millón en España, que estuvieron internadas en Canarias en hoteles de cuatro y cinco estrellas y que unas fueron derivadas a la Península y otras permanecen en campamentos instalados por el Ejército en el archipiélago, esta vez se trata de subsaharianos, los que acuñaron en España el término cayuco cuando gobernaba Zapatero (el término patera se popularizó con Aznar). Solo en lo que llevamos de año han muerto ya 50 personas en el tránsito de pateras, o cayucos, desde el Continente Africano hasta las Islas Canarias. Esas muertes se producen porque las pateras, o cayucos, son soltados por buques nodriza en las inmediaciones de las aguas jurisdiccionales españolas y a veces la comunicación con las ONGs y con Salvamento Marítimo, que operan, objetivamente, en apoyo y ayuda de las mafias del tráfico de personas, no se puede establecer, se interrumpen, o las corrientes llevan a esas frágiles embarcaciones hacia otras coordenadas que las inicialmente dadas. Si hay alguien que dude de que ese es, en efecto, el modus operandi de las mafias no tiene más que acercarse a uno de esos botes rescatados y ver que, con el motor que llevan, es imposible que hayan hecho una travesía desde Senegal, de más de 1.500 Kms. Los inmigrantes muertos en el Estrecho de Gibraltar, el Mar de Alborán y en el Atlántico son ya cientos, pero, si contamos todos los muertos en el Mediterráneo entonces hablaremos de miles. Pues bien, son precisamente los que nos llevaron a la Guerra de Libia, “para poner allí la democracia” y los que estaban encantados con la Guerra de Siria “para quitar al dictador Al Assad”, son precisamente esos irresponsables, los que financian a esas ONGs que, lejos de ofrecer la ayuda humanitaria que nos venden, en realidad, colaboran a que este drama continúe, son precisamente esos falsos buenos samaritanos los que más compungidos están por el drama humanitario que sus desastrosas políticas provocan y los que más lloran, eso sí, con lágrimas de cocodrilo, por los muertos. Nuestro Gobierno, este y los anteriores, no ha sido capaz de poner a Marruecos en su sitio y Mohamaad VI, como antes hizo su padre, sigue tomando el pelo a nuestro país enviando inmigrantes, enviando droga y, para más inri, pidiéndonos dinero. Hace unos días, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha estado de gira por África para, entre otros asuntos, tratar el tema de la inmigración irregular, es decir, para dar más dinero a cambio de que no envíen más inmigrantes a un país que en estos momentos tiene más de cinco millones de parados y una Deuda del 120% del PIB. Eso es lo que vienen haciendo nuestros gobiernos en los últimos años. Fue durante el tiempo que Salvini fue ministro de Interior cuando cesaron los muertos en la ruta desde Libia hacia Italia. Los defensores del buenismo estúpido, cuyas consecuencias ya estamos viendo, crucificaron al de la Liga Norte al no permitir la llegada de más buques de las ONGs a puertos italianos con inmigrantes y fue durante su mandato cuando se inauguró una nueva ruta, que, desde Libia, atravesaba el sur de Argelia y llegaba hasta Marruecos para, desde allí, enviar los inmigrantes a España. Algunos buques de las ONGs también fueron derivados a nuestro país, donde fueron recibidos por los políticos en olor de multitudes ¿se acuerda usted de la llegada del Open Arms a Valencia? Esos afligidos por el drama de los inmigrantes muertos también son exactamente los mismos que estos días también lloran por la tragedia que viven en España decenas de miles de prostitutas extranjeras, la mayoría indocumentadas, que han visto muy mermados sus ingresos por la pandemia de coronavirus, aunque, eso sí, ya cobraban, y siguen cobrando, salarios sociales. Algunas de esas prostitutas llegaron en pateras, pero la mayoría han entrado por el aeropuerto de Barajas o por la frontera de La Junquera sin ningún control, eso sí, todas para ser también explotadas por las mafias. Las lágrimas de cocodrilo están, obviamente, teñidas de hipocresía, de cinismo, de sufrimiento y de sangre.

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