domingo, 3 de marzo de 2019

EL ENTIERRO DE LA SARDINA


No me refiero a esa ceremonia con la que se anuncia el final del Carnaval, que se celebra el miércoles de ceniza y que simboliza el entierro del pasado, no me refiero a ese pasacalles que usa la muerte de este pescado como alegoría, el objeto de este escrito tiene que ver con la muerte real de la sardina, de millones de sardinas, de la especie entera:
Los que tomamos el pulso a la mar y a su mundo todos los días, unos por profesión y otros por afición, estamos muy preocupados.  Joan Manuel Serrat quiere acabar dando verde a los pinos cerca del Mar Mediterráneo, pero, somos muchos los que amamos El Cantábrico, aunque después de muertos nos importa un pimiento lo que hagan con nosotros. Nuestro Mar es único, es singular por varios condicionantes y algunas especies que todavía hay en él también lo son, como los calamares gigantes, que solo se encuentran en muy pocos sitios del Planeta. Pero, este Mar riquísimo, bello, bravo e inmisericorde con los que no se lo toman en serio agoniza. Hace solo 300 años, un suspiro en la Historia de la Biosfera, El Cantábrico estaba poblado de grandes cetáceos, ballenas enormes lo visitaban todos los años durante el estío en su migración anual entre los Polos para reponer fuerzas, pues cardúmenes inmensos de bocarte, sardina, caballa (xarda) lo llenaban en esa época del año. Muchos cachalotes también se alimentaban de los numerosos calamares gigantes que habitaban las simas frente a nuestras costas, calamares que, en la noche, emergían del abismo para hacerse con bonitos y otros túnidos, que también en verano, siguiendo la cadena alimenticia, perseguían a los bancos de sardinas y de caballas. Era ese, nuestro Mar Cantábrico, un ecosistema que se había construido a lo largo de millones de años, un hábitat ideal para muchos animales marinos. Algo cambió radicalmente, y la especie más depredadora y más estúpida del Universo conocido, la única especie, que se sepa, que tiene armas para autodestruirse varias veces, el Homo Sapiens (lo de sapiens debe ser una broma) empezó a alimentarse y a aprovecharse de esas inmensas riquezas que no nos pertenecen, porque son un legado que nos ha dejado la madre Tierra y que nosotros tenemos la obligación también de legar. Con el crecimiento de la población humana y los avances tecnológicos la pesca se convirtió en el arte del exterminio. Cientos de barcos, entre ellos muchos arrastreros, arrasan el Cantábrico día y noche, sin descanso. Ya no lanzan las redes a ver si hay suerte, localizan los bancos de peces con sonar y los masacran sin piedad. Especies que eran tradicionales en nuestras mesas, como el besugo, han desaparecido por completo. Ya no hay aquellos panchinos (la cría del busugo) que pescábamos en El Musel y otros zonas abrigadas los guajes. Y como el besugo otras especies están al borde mismo de la extinción, en nuestro mar, en nuestros pedreros y en nuestros ríos. Hemos acabado ya casi con todas ellas o estamos a punto de hacerlo. En el año 2.010, después de cinco años de veda, se abrió la veda del bocarte y en ese primer año solo la flota española de bajura pescó 5.400 toneladas. El bocarte había sido vedado porque su masa crítica era inferior a las 1.500 toneladas, el límite para la extinción. Y, en efecto, era la sobrepesca el problema, porque el bocarte se recuperó de forma espectacular. El año pasado, cuando un gran cardumen de bocarte llegó al Cantábrico fue perseguido por 70 buques hasta casi su total aniquilación. En El Musel se llegaron a rular en un solo día más de 200.000 kilos. Pues bien, esa sardina tan tradicional, esa que nos comíamos a la plancha, esa sardina que era tan abundante que hasta con ella se abonaban las tierras, ya brilla por su ausencia y ya tiene el mismo precio que la merluza, cuya venta ha caído en picado por el anisakis. Las fechorías que se cometen en el Cantábrico son tantas y tan gordas, perpetradas precisamente por los que más debían velar por el futuro de su actividad, que no tengo espacio aquí para relatarlas, entre ellas el entierro de la sardina.

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