miércoles, 12 de junio de 2019

EL PROBLEMA GITANO


En España hay temas tabú, asuntos muy importantes que nadie se atreve a tratar, son varias las causas de que no se hable de ciertas cosas, pero entre ellas está lo que se ha llamado “bienqueda” o también “buenismo estúpido” o lo “políticamente correcto”, pero, cuando ni te presentas a las elecciones, te importa un pimiento lo que digan de ti y no escribes para agradar, juegas con ventaja y ganas mucho en libertad de expresión.
Es muy llamativo que cuando se habla de que tenemos un problema de sostenibilidad de las pensiones y que el propio gobernador del Banco de España, entre otros muchos, nos dice que, si no hacemos algo, el tinglado se nos puede venir abajo, nadie menta que en España hay un gran colectivo de más de 800.000 personas, sin contar a gitanos de otras nacionalidades, como rumanos y portugueses, también muy abundantes, del que es muy probable que trabaje menos del 5%, generalmente en canción flamenca y en mercadillos, el resto viven de los salarios sociales y de todo tipo de ayudas, que frecuentemente complementan con otras actividades, muchas veces delictivas, que pueden ir desde el hurto en tiendas y grandes almacenes, pasando por  el robo de chatarra y cobre, hasta el tráfico de drogas. A pesar de que nos han contado muchas veces que los salarios sociales no se dan a perpetuidad, es decir, que es una ayuda temporal que proporcionan los ayuntamientos y las CC AA en situaciones coyunturales de riesgo, esto es completamente falso, hay colectivos que los tienen de por vida y el de los gitanos es uno de ellos. Por si lo que los gitanos cuestan a esta sociedad no fuera ya un problema suficientemente importante, la cultura ancestral de este colectivo genera otros aún más graves: la estructura social de los gitanos está asentada alrededor de la familia y, como se casan de adolescentes y tienen tantos hijos, estas familias suelen ser enormes. Abuelos, padres, hijos, hermanos, tíos, primos, sobrinos y demás familia formas los clanes, que no solo se pueden identificar por el apellido, también porque suelen tener un sobrenombre. Esos clanes tienen como cabeza visible a un patriarca, que a veces, sobre todo cuando hay dinero y algunas actividades ilegales muy lucrativas de por medio, también puede ser una matriarca. Los gitanos tienen sus propias leyes, entre la que sobresale el ojo por ojo y diente por diente, que frecuentemente genera peleas y venganzas, incluso con muertos, que se pueden prolongar durante generaciones. Entre sus costumbres sobresalen algunas verdaderamente aberrantes, costumbres que si las tuviera algún payo provocarían, con razón, multitudinarias manifestaciones feministas y declaraciones de políticos airados, me refiero, por ejemplo, a la conocida “ceremonia del pañuelo” en la que se introducen los dedos en la vagina de la novia para partirle el himen y comprobar que es virgen. Pero, también los gitanos prohíben a sus mujeres casarse con los payos y el machismo más absoluto es la regla en su sociedad. Por si todo esto no fuera suficiente, en la actualidad el tráfico de drogas en España está, en su mayoría, controlado por clanes gitanos, desde las Tres Mil Viviendas a las Cañadas Reales, en todas partes. Por eso usted verá, incluso en la TV, bodas carísimas con limusinas de lujo y viviendas muy ostentosas (a los gitanos les gusta mucho presumir de dinero y suelen llevar al cuello cadenas de oro muy gruesas) de gente a la que no se le conoce ocupación alguna ¿Hay un problema? Yo creo que sí, y gordo, un problema que no ha podido solucionar ningún país del mundo donde hay población gitana.
En las últimas elecciones generales han salido elegidos tres diputados y una diputada de etnia gitana (los payos, como nos hemos juntado con todo el mundo, no tenemos etnia) a saber: Beatriz Micaela carrillo (PSOE), Juan José Cortés (PP), Sara Giménez (Ciudadanos) e Ismael Cortés (En Comú). Juan José Cortés, el padre de la niña asesinada, Mariluz, es el más mediático de todos ellos, hace ingentes esfuerzos por serlo, es pastor evangelista, como Bolsonaro, y este asunto no es baladí porque los gitanos, casi todos ellos, que eran católicos, se han hecho evangelistas y ahora no van a la iglesia, van al culto. La mayoría de los gitanos, algo que también llama la atención, son de derechas. La diputada Sara Giménez (Ciudadanos) trabaja, no es una broma,  en el Departamento de Igualdad y Lucha contra la Discriminación de la Fundación Secretariado Gitano y lo primero que ha hecho ha sido llamarnos racistas a nosotros, los payos, a los que los mantenemos, y nos lo ha dicho una señora de un colectivo que es más racista que nadie, de un colectivo para el que el mantenimiento de la pureza de su raza es fundamental, algo que no se puede siquiera discutir.

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