Al tiempo que el Ejército Árabe Sirio
y las milicias populares, apoyados por la aviación rusa, continúan su exitosa
campaña en Alepo, la guerra se recrudece en un gigantesco frente a lo largo de
todo el Norte de Siria e Irak. Mientras los medios informativos se centran en
la Batalla de Alepo, en Irak también se ha iniciado otra ofensiva contra los
terroristas del Estado Islámico. Por el Sur avanzan las fuerzas del Ejército Iraquí,
apoyadas por voluntarios chiítas, pero es en el Norte donde se combate a cara
de perro, donde hay mas víctimas y donde se juega una partida de ajedrez estratégica
con varios protagonistas implicados. Contra los criminales yihadistas bien
pertrechados por las armas que les llegan desde Turquía y las que robaron
cuando entraron en Mosul, se enfrentan unos milicianos desarrapados que tienen
que apuntar su AK-47 con un ojo mientras vigilan con el otro a los aviones
turcos que los bombardean desde el mismo cielo de su patria. Son los peshmergas
(los que se enfrentan a la muerte) kurdos, a los que les han robado su tierra,
su petróleo y a los que también han querido usurpar su dignidad. Entre esos
combatientes hay mujeres (es tradicional que las mujeres kurdas vayan al combate) aguerridas, a sabiendas de lo que les pasa si tienen la desgracia de caer
prisioneras. Pero, en las columnas de peshmergas que se dirigen a la primera
línea del frente, desde hace pocos meses se están empezando a ver otras mujeres
combatientes, que llevan tocados diferentes, son yazidíes, una minoría con la
que se cebaron especialmente los asesinos del Estado Islámico. 100 de ellas ya
se incorporaron hace tiempo a los combates y otras 500 lo están haciendo para
la ofensiva final. Proceden de Mosul, la ciudad kurda iraquí que los yihadistas
han convertido en su capital, y se escaparon de allí, a donde las habían llevado
después de la Batalla de Sinyer (agosto de 2.014). En total lo lograron unas
2.000, jugándose la vida, pues mucho peor era el infierno al que las habían
sometido los terroristas, vendidas y convertidas en esclavas sexuales. Sus padres,
sus esposos y sus hijos, que formaban parte de los 650.000 yazidíes, como todos
los hombres, fueron salvajemente asesinados por los mercenarios del Estado
Islámico y otra buena parte, unos 200.000, tuvieron que huir.
Quizá dentro de unos años, cuando
esta terrible guerra haya terminado y se vea con otra perspectiva, como ha
sucedido con otras, se hable de algunos responsables y de algunas víctimas, de
héroes y villanos y se escriban libros y se filmen películas mediatizadas por
la subjetividad de quienes lo hagan, pero seguramente nadie se acordará de unas
mujeres valientes y dignas, las peshmergas yazidíes, que cayeron combatiendo en
la Batalla de Mosul.
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