Se cumplen 40 años de lo que ha
quedado para la Historia como el intento de Golpe de Estado del 23 de febrero
de 1.981, protagonizado principalmente por un grupo de guardias civiles al
mando del teniente coronel Tejero y por el que entonces era el jefe de la Capitanía General de la Tercera Región Militar, Jaime
Milans del Bosh. El asunto no importa nada a los que aún no habían nacido o eran
niños cuando se produjeron aquellos hechos y muy poco a los que, aun
cuando los vivieron, tienen una visión completamente errónea de la verdad, la
que nos han contado. Unos y otros están gravemente equivocados, porque el
peligro sigue ahí.
Los españoles no saben el cómo
del golpe de Estado, pero tampoco se han preguntado aún el porqué. Digamos,
para empezar, que el verdadero golpe de Estado, que sí triunfó, no fue el del
23 de febrero, se había producido unas semanas antes, cuando el presidente del
Gobierno, Adolfo Suárez González, anunció su dimisión ante las cámaras de TVE
con los ojos humedecidos y sin explicar a los ciudadanos cuales eran las
razones por las que abandonaba el Gobierno de España. Durante años hablar sobre
la verdad de lo que sucedió ha sido un esfuerzo baldío, porque todo el mundo pensaba
que tenía muy claro quiénes fueron los héroes y los villanos en aquellos
dramáticos acontecimientos. Afortunadamente, ha pasado mucho tiempo y la perspectiva
de los españoles es distinta. Muchos ya empiezan a ser conscientes de la
realidad.
La causa, que no razón, del golpe
de Estado de 1.981 fue política, aunque en ella coincidieron intereses de todo
tipo. Entremos en situación: estamos en una España donde gobierna un partido de
derechas, la UCD, salido de las cenizas del régimen franquista. Incluso el
presidente del Gobierno había hecho carrera política de la mano de un viejo falangista,
Herrero Tejedor, y había sido nada menos que secretario general del Movimiento.
No existía ningún “peligro izquierdista”, pues había un partido en la oposición,
el PSOE, que era la alternativa que se había confeccionado con la financiación
de la socialdemocracia alemana y del propio Gobierno de UCD, y un Partido
Comunista que había aceptado la monarquía y la Constitución y que solo tenía un
puñado de diputados. Tampoco había por aquel entonces un peligro secesionista,
pues los nacionalistas ni de lejos tenían la fuerza que alcanzarían con el
tiempo con la complicidad de los partidos de ámbito estatal. Existían los
atentados de ETA, es cierto, pero esos atentados habían sido mucho mas
importantes en el pasado, cuando los terroristas vascos, dicen (esa es otra
historia), habían asesinado hasta al presidente del Gobierno, el almirante Carrero
Blanco. ¿Porqué entonces un golpe de Estado? Pues porque Adolfo Suárez y algunos
de sus ministros y cercanos colaboradores se creyeron la democracia, actuaban
como verdaderos patriotas y no se plegaban a los intereses del Bunker interno
ni a los de potencias extranjeras. Las reticencias a la entrada de España en la
OTAN, no reconocer el Estado de Israel hasta que no aceptara las resoluciones
de la ONU, o enviar una delegación como observadora a la Conferencia de Países
no Alineados, fueron las gotas que colmaron el vaso.
Hubo un golpe de Estado, llamémosle
institucional, donde a Suárez le dijeron que o dimitía y se encauzaba la
situación o vendrían otros a imponer otra dictadura fascista. Unos hicieron de policía
bueno y otros de malo. Algunos descerebrados no se enteraron que el golpe ya se
había dado y entraron en el Congreso de los Diputados esperando que apareciera
el “Elefante Blanco”, es decir, el General Armada, que había sido maestro
instructor del rey Juan Carlos y que fue uno de los instrumentos del golpe.
Naturalmente, los golpistas, una vez realizado su trabajo, tenían otras cosas que
hacer. Armada solo apareció a última hora para decirles que se fueran.
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