España no ha cambiado nada, sigue
siendo el país de los fanáticos y de los fariseos. Nada mejor para darse cuenta
de ello que contemplar los pasos de la Semana Santa y su aberrante escenografía
digna de salvajes.
La primera vez que presencié las
celebraciones de Semana Santa fuera de Asturias fue en Zaragoza. Acostumbrado a
la sencillez de las procesiones en mi tierra, con pequeños cristos y vírgenes,
donde la coreografía pagana todavía no había, al contrario que hoy, hecho acto
de presencia, lo que vi me impactó mucho, aún mas si tenemos en cuenta que
tenía pocos años. A las miles de personas concentradas en la Plaza del Pilar un
obispo, que tenía mas pinta de dictador que de buen pastor, las puso de vuelta
y media, llamándoles de todo menos bonito. Tardé mucho tiempo en comprender el
porqué de aquella severa reprimenda, destinada a que todos se sintieran
culpables. Se trataba de preparar el ambiente. Como poseídos por el Diablo,
aquellos maños tan majos que yo conocía, se metamorfosearon en descerebrados
que, queriendo caer bien a Dios y expiar sus muchos pecados, con cadenas en los
tobillos, aporreaban grandes tambores durante horas hasta que la piel del
instrumento de percusión se llenaba con la sangre de sus nudillos. Aquel ruido
espeluznante, aquella sangre gratuita y aquellos rostros posesos me
convencieron para siempre de que el Evangelio va por un lado y muchos que se
llaman a sí mismos cristianos por otro.
Como todos los años, estos días
hemos visto en toda España manifestaciones fanáticas y actos incalificables que
ya va siendo hora de que tengan adecuada respuesta. A tradicionales pasos donde
la gente se pelea por llevar a cuestas a unas vírgenes y cristos vestidos con
ropas bordadas en oro, se juntaron los no menos tradicionales y salvajes
espectáculos de “interés turístico” de los “picaos” y los “empalaos”. Muchos de
los que se han roto las espaldas y los nudillos estos días cogerán una baja de varias semanas que les pagaremos todos los españoles. Sin embargo eso, a mi
parecer, no fue lo peor, sino presenciar al Gobierno andaluz, y algunos
conspicuos socialistas (en la región con mas parados de España) como se
divertían desde un caro balcón de alquiler en primera línea de la fiesta y también
ver como protestaban contra las autoridades de algunos ayuntamientos y algunas
CC AA, Gobiernos elegidos democráticamente por los ciudadanos, oficiales de La
Legión porque no se aprobaba que miembros de las FF AA, de uniforme, e incluso
llevando sus armas reglamentarias, participaran activamente en las procesiones,
portando imágenes o dándoles escolta. A mucha gente, que tienen de demócratas
lo mismo que yo de aquel obispo de Zaragoza, le da exactamente igual que
nuestra Constitución diga que este es un país laico y que pagamos a nuestros
Ejércitos para otra cosa.
Independientemente de que uno sea o no creyente, hay una Iglesia que merece todo nuestro respeto. La que está con los pobres, la de las misiones, la que esos apóstoles de Cristo que se juegan la vida por los leprosos o los que padecen ébola en un mísero país de África, la de Proyecto Hombre, la de Cáritas, y otra, la de los fariseos fanáticos, que solo merece nuestro desprecio. Pobres de ellos si ese Jesucristo al que tanto dicen venerar regresa.
Independientemente de que uno sea o no creyente, hay una Iglesia que merece todo nuestro respeto. La que está con los pobres, la de las misiones, la que esos apóstoles de Cristo que se juegan la vida por los leprosos o los que padecen ébola en un mísero país de África, la de Proyecto Hombre, la de Cáritas, y otra, la de los fariseos fanáticos, que solo merece nuestro desprecio. Pobres de ellos si ese Jesucristo al que tanto dicen venerar regresa.
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