Ante la persistencia de la crisis
económica y las perspectivas de que las economías europeas, lejos de mejorar,
empeoren, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha tomado las
mismas medidas desesperadas que ya habían tomado otros bancos centrales, como
la Reserva Federal de los EEUU o el Banco Central de Japón, bajando los tipos
de interés al 0% y poniendo otros 80.000 millones de euros para comprar Deuda
pública y privada. Estas medidas tienen tres objetivos principales: Defender al
Euro frente al dólar y otras monedas, proveer de mas liquidez a los bancos y
echar una mano a los Estados de la Unión que están endeudados hasta las cejas.
Por supuesto, las medidas que ha tomado el BCE, que van en la misma dirección
de las tomadas anteriormente, no van a solucionar nada, porque parece que nadie
quiere entender que esta crisis está provocada por la sobreproducción industrial
y de materias primas y por la falta de planificación global, que es una crisis
sistémica, no cíclica, porque nunca antes el mundo había tenido una crisis de
sobreproducción de este tamaño. La economía global no funciona porque no hay
ninguna coordinación en las políticas de los Estados y las ocurrencias de los
bancos centrales, que actúan cada uno por su cuenta, en tiempo y forma, son la
mayor prueba de ello. Mario Draghi ha puesto otro parche en la rueda de la
economía europea, pero el problema es que la goma de la rueda está podrida y
cada vez perderá mas aire. A nivel monetario, el BCE ha agotado la munición,
porque los tipos de interés negativos, como los aplicados en Japón, se han
demostrado desastrosos.
Al mismo tiempo que los bancos
centrales compiten entre ellos por ver quien hace mas locuras, los Estados no
se quedan atrás. Estos días estamos viendo lo que está pasando en Francia con
las medidas de recortes salariales y de derechos laborales que el Gobierno
socialista del presidente Hollande y el primer ministro Manuel Valls quieren
implementar. Si en España han funcionado, se han dicho, pues pongámoslas en
práctica aquí. El gobierno francés se equivoca, porque si bien es cierto que la
economía española ha crecido, también lo es que esa devaluación, que se ha
cargado sobre las espaldas de los trabajadores, ha tenido la consecuencia de la
caída de la demanda interna y un fuerte impacto en la recaudación, con las
repercusiones que eso tiene en el déficit público y, por consiguiente, en la
Deuda, que en España ya es del 100% del Producto Interior Bruto. La dinámica de
intentar solucionar los problemas del crecimiento económico bajando salarios a
la vez que se aumenta la productividad solo puede llevar a que los trabajadores
se acaben convirtiendo en esclavos que estarán toda el día en la fábrica o en
la oficina por poco mas que un bocadillo. Enevitablemente surge una pregunta ¿quién
comprará lo que se fabrica? Por mucho dinero que tengan los bancos los
ciudadanos no pueden pagar los créditos. Parece que no se ha aprendido nada de
la explosión de las hipotecas Subprime.
El Gobierno pseudoizquierdista
francés no ha tomado en consideración que hay grandes diferencias entre países.
Mariano Rajoy pudo hacer una Reforma Laboral, que perjudicaba muy seriamente a
los trabajadores, porque tenía a los sindicatos, que en España viven del erario
público, comiendo de su mano, y aceptaron sin rechistar las draconianas
medidas, pero no sucede lo mismo en Francia y eso lo va a ver claramente el
Gobierno francés el día 31 de marzo, con la huelga general que hay convocada
para ese día.
Solo China, donde se ha aprobado un
plan quinquenal que pone patas arriba las políticas que estaban destinadas al
fracaso, parece que se ha tomado en serio que es imperativo un cambio en el
modelo de crecimiento y que la planificación económica es imprescindible.
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