Tras el órdago lanzado por el
líder de Podemos, Pablo Iglesias, el viernes 22 de enero, en el que ofrecía un
pacto para gobernar al PSOE, también con IU, el presidente del Gobierno en
funciones, Mariano Rajoy, tras su entrevista con el Rey, ha declarado que se
retira de la investidura porque no tiene apoyos suficientes y porque hay muchos
mas diputados que van a votar en su contra que a su favor, pero, también ha
dicho que esa retirada no es definitiva y que no quiere hacer correr los
tiempos, pues, de no salir investido, el reloj para que se celebraran nuevas
elecciones empezaría a andar y habría un plazo máximo de dos meses.
Inevitablemente, surge una
pregunta: ¿a qué espera Rajoy? porque, en una democracia verdadera, nada haría
pensar que el candidato del PP vaya a tener mañana los apoyos que no tiene hoy,
cuando ya todo el mundo se ha decantado. Pero, la democracia en España deja mucho que
desear desde el momento que algunos partidos, especialmente el PSOE, fueron
favorecidos por el poder en la Transición para que sirvieran de contrapeso a la
derecha, para que hubiera una alternancia en el poder, sí, pero para que en el
fondo nada cambiara. Una cosa es que Felipe González llegara al poder con
mayoría absoluta en 1.982, o que Zapatero ganara las elecciones a Aznar, y otra
cosa muy distinta que pueda haber un Gobierno de verdadera izquierda. Por eso
nunca se ha visto a la derecha, como ahora, tan irritada, insultando a los
adversarios políticos y echando espuma por la boca.
Todos los que conocemos
la verdadera condición del PSOE, que nada tiene que ver con el histórico
partido que fundó clandestinamente el otro Pablo Iglesias, el 2 de mayo de
1.879, en torno a un grupo de intelectuales y obreros, sabemos perfectamente a
qué espera Rajoy: a que actúen los quintacolumnistas. Desde el mismo día de las
elecciones han sido destacados barones, baronesas y conspicuos socialistas los
que, en una falta de respeto que no se toleraría en ninguna formación política,
han intentado marcar el terreno, las líneas rojas, a su secretario general,
diciendo en público lo que debía o no hacer. Todos hemos visto como Susana
Díaz, presidenta de una región que aporta la mayor parte de los diputados
socialistas pero que, como todo el mundo sabe, tiene mucho voto cautivo y el
dudoso honor de ser la que mas paro tiene de España, ha querido mandar mas que
el líder del partido elegido democráticamente en el último congreso y al que
ella misma apoyó. Para darse perfecta cuenta de la situación basta con observar
lo que ocurre en Asturias, donde el Gobierno socialista, que no tiene ni Presupuesto,
y Javier Fernández, su presidente, no quieren ni oir hablar de un pacto con
Podemos e IU, esperando que el PP les saque las castañas del fuego, como hizo
en la anterior legislatura. Por si los quintacolumnistas en activo no fueran
suficientes, también han salido a la palestra los ya retirados, los dinosaurios
políticos que permanecían en su destino dorado, pero que tienen muy claro que mano
que les da de comer.
Rajoy espera a la reunión que el
Comité Federal del PSOE va a tener en Ferraz el día 30 de enero, con la
esperanza de que salgan allí a relucir las navajas traperas y oportunistas y
derechistas obliguen a Pedro Sánchez a rectificar, bajo la coartada de que no
se puede pactar con los nacionalistas, algunos de cuyos votos también son
necesarios para la investidura. No hubo ese prurito antinacionalista en el PSOE,
e incluso en el PP, cuando a otros les interesó.
La única línea roja que había
para muchos era que un pacto de Gobierno de izquierda no podía estar supeditado
a un referéndum en Cataluña o a que el futuro Gobierno fuera un rehén en manos
de los secesionistas, pero Pablo Iglesias parece que ha sido capaz de minimizar
ese peligro.
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