Cuando escribo estas líneas hay
al menos cuatro muertos y varios internados en hospitales en estado grave en el
enésimo rescate a una patera en aguas de las Islas Canarias. Esta vez no se trata
de los miles de personas que el sátrapa de Marruecos nos envió y que ya suman,
solo de ese país, más de un millón en España, que estuvieron internadas en
Canarias en hoteles de cuatro y cinco estrellas y que unas fueron derivadas a
la Península y otras permanecen en campamentos instalados por el Ejército en el
archipiélago, esta vez se trata de subsaharianos, los que acuñaron en España el
término cayuco cuando gobernaba Zapatero (el término patera se popularizó con
Aznar). Solo en lo que llevamos de año han muerto ya 50 personas en el tránsito
de pateras, o cayucos, desde el Continente Africano hasta las Islas Canarias.
Esas muertes se producen porque las pateras, o cayucos, son soltados por buques
nodriza en las inmediaciones de las aguas jurisdiccionales españolas y a veces
la comunicación con las ONGs y con Salvamento Marítimo, que operan,
objetivamente, en apoyo y ayuda de las mafias del tráfico de personas, no se
puede establecer, se interrumpen, o las corrientes llevan a esas frágiles
embarcaciones hacia otras coordenadas que las inicialmente dadas. Si hay
alguien que dude de que ese es, en efecto, el modus operandi de las mafias no
tiene más que acercarse a uno de esos botes rescatados y ver que, con el motor
que llevan, es imposible que hayan hecho una travesía desde Senegal, de más de
1.500 Kms. Los inmigrantes muertos en el Estrecho de Gibraltar, el Mar de
Alborán y en el Atlántico son ya cientos, pero, si contamos todos los muertos
en el Mediterráneo entonces hablaremos de miles. Pues bien, son precisamente
los que nos llevaron a la Guerra de Libia, “para poner allí la democracia” y
los que estaban encantados con la Guerra de Siria “para quitar al dictador Al
Assad”, son precisamente esos irresponsables, los que financian a esas ONGs que, lejos de ofrecer la ayuda humanitaria que nos venden, en realidad, colaboran a
que este drama continúe, son precisamente esos falsos buenos samaritanos los
que más compungidos están por el drama humanitario que sus desastrosas políticas
provocan y los que más lloran, eso sí, con lágrimas de cocodrilo, por los
muertos. Nuestro Gobierno, este y los anteriores, no ha sido capaz de poner a
Marruecos en su sitio y Mohamaad VI, como antes hizo su padre, sigue tomando el
pelo a nuestro país enviando inmigrantes, enviando droga y, para más inri,
pidiéndonos dinero. Hace unos días, el presidente del Gobierno, Pedro
Sánchez, ha estado de gira por África para, entre otros asuntos, tratar el tema
de la inmigración irregular, es decir, para dar más dinero a cambio de que no
envíen más inmigrantes a un país que en estos momentos tiene más de cinco
millones de parados y una Deuda del 120% del PIB. Eso es lo que vienen haciendo
nuestros gobiernos en los últimos años. Fue durante el tiempo que Salvini fue ministro de Interior cuando
cesaron los muertos en la ruta desde Libia hacia Italia. Los defensores del
buenismo estúpido, cuyas consecuencias ya estamos viendo, crucificaron al de la
Liga Norte al no permitir la llegada de más buques de las ONGs a puertos
italianos con inmigrantes y fue durante su mandato cuando se inauguró una nueva
ruta, que, desde Libia, atravesaba el sur de Argelia y llegaba hasta Marruecos
para, desde allí, enviar los inmigrantes a España. Algunos buques de las ONGs
también fueron derivados a nuestro país, donde fueron recibidos por los
políticos en olor de multitudes ¿se acuerda usted de la llegada del Open Arms a
Valencia? Esos afligidos por el drama de los inmigrantes muertos también son
exactamente los mismos que estos días también lloran por la tragedia que viven en España decenas de miles de prostitutas
extranjeras, la mayoría indocumentadas, que han visto muy mermados sus ingresos
por la pandemia de coronavirus, aunque, eso sí, ya cobraban, y siguen cobrando,
salarios sociales. Algunas de esas prostitutas llegaron en pateras, pero la
mayoría han entrado por el aeropuerto de Barajas o por la frontera de La
Junquera sin ningún control, eso sí, todas para ser también explotadas por las
mafias. Las lágrimas de cocodrilo están, obviamente, teñidas de hipocresía, de
cinismo, de sufrimiento y de sangre.
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