Nada ha disgustado mas a los
socialistas últimamente que el líder de Podemos dijera que su formación quiere
ser la nueva socialdemocracia. No solo Pedro Sánchez y otros conspicuos del
PSOE salieron enseguida a la palestra reivindicando la patente socialdemócrata,
también la derecha, empeñada en asociar a la formación de Pablo Iglesias con el
“extremismo”, no perdió un minuto en decir que los de Podemos no son
socialistas, sino comunistas marxistas.
Uno de los defectos mas
llamativos de los españoles es que tenemos muy poca memoria histórica, tan
escasa que no nos acordamos de las cosas que sucedieron hace relativamente poco
tiempo. El PSOE, por ejemplo, fundado en mayo del año 1.879, no abandonó el
marxismo hasta septiembre de 1.979, cien años después. En el XXVIII congreso
del PSOE, que se celebró en mayo de 1.979, la propuesta de abandonar el
marxismo salió derrotada y ello provocó la dimisión de su secretario general,
Felipe González. En septiembre del mismo año los socialistas celebraron un
congreso extraordinario volviendo González a tomar en sus manos la secretaría
general y abandonando el marxismo, con la oposición de destacados militantes,
como Luis Gómez Llorente y Pablo Castellanos. Felipe González puso en el brete
a su partido de elegir entre él o el marxismo. ¿Fueron hasta entonces los
socialistas unos extremistas radicales? Para nada. Pero, naturalmente, la
cuestión es otra.
Mucha gente critica el marxismo
sin haber leído siquiera “El capital”, la obra maestra de Karl Marx, e identifica erróneamente a regímenes
stalinistas con el marxismo. Tampoco tienen muy claro en que consiste la
socialdemocracia. Desde los enfrentamientos literarios entre Proudhon y Marx el
asunto quedó diáfano: los socialistas reconocen que vivimos en un orden social
injusto y que el Estado tiene la obligación de aplicar las medidas necesarias
para corregirlo, es decir, que el capital no se cebe excesivamente con los
proletarios. Eso se hace vía impuestos y con leyes que protejan a los
trabajadores de los abusos. Los marxistas, incluidos los comunistas, no solo
creen que la injusticia social está en la base misma de la ideología liberal, no
quieren corregir sus efectos perniciosos, quieren acabar con ella. Por eso los
socialdemócratas no son revolucionarios y los marxistas sí.
Pero, en la praxis, la
socialdemocracia tuvo bastante éxito en Europa Occidental tras la Segunda
Guerra Mundial. Los partidos socialistas permitían la libertad de mercado y al
mismo tiempo aseguraban lo que se ha dado en llamar “El Estado del bienestar”
donde, por ejemplo, la Sanidad y la Educación gratuitas estaban garantizadas y
los trabajadores disfrutaban de una pensión cuando se retiraban, como en los
países del Este de Europa. Incluso algunos partidos de derechas se contagiaron
de las políticas socialdemócratas ¿Qué ha sucedido para que la socialdemocracia
se haya quedado huérfana y los partidos socialistas tengan ya poco que ver con
ella? Pues, ni mas ni menos lo que decían Marx y los marxistas, el capital, en
su proceso de concentración, ha adquirido tanto poder que ya no son los
Gobiernos los que mandan, sino las grandes corporaciones, la banca, organismos
internacionales no democráticos y los burócratas a su servicio. Existe una
dictadura, pero no la del proletariado, la del mercado. En nada se
diferencian las políticas de los Gobiernos socialistas de los de la derecha y
han perdido por completo la capacidad y la voluntad de moderar las injusticias
sociales. Por eso lo que entendíamos como socialdemocracia murió, y no por
casualidad, cuando asesinaron a Olof Palme, ni Suecia ni el resto de Europa
volverían a ser lo mismo.
Podemos está en su derecho de
reivindicar la socialdemocracia porque el PSOE no tiene su patente.
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