El 23 de junio de 2016 será
recordado como un día histórico. En La Habana (Cuba), con la asistencia de
varios presidentes iberoamericanos, de representantes del Gobierno de Noruega y del secretario general de la ONU, Ban Ki
Moon, se firmó un acuerdo de paz definitivo entre las FARC-EP y el Gobierno de
Colombia. El comandante en jefe de las FARC-EP, Rodrigo Londoño (Timochenko) y
el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, presidían las delegaciones que
habían estado negociando en la capital cubana desde hace casi tres años y
fueron los encargados de estampar las firmas. Se acaba así una larga guerra de
53 años y un conflicto social por el reparto de la tierra, que en Colombia
estaba en manos de los terratenientes ganaderos. Un gran día para Colombia y
para la gente sensata. Pero, al mismo tiempo, en el Reino Unido se producía una
catástrofe: los partidarios del Brexit, es decir, de que los británicos
abandonaran la Unión Europea, ganaron el referéndum que había convocado el
primer ministro, Cameron, por un 52% de los votos y el jefe de Gobierno ha
tenido que dimitir de inmediato.
Lo peor no es el terremoto político
en el Reino Unido y las consecuencias negativas que se van a derivar de la
salida de la Unión de uno de los países mas importantes de Europa, lo peor son
los análisis erróneos y las conclusiones equivocadas que se están sacando de lo
que ha sucedido.
Hace bastante tiempo ya advertí
que uno de los mayores errores políticos de la izquierda, pero no solo de ella,
era menospreciar las consecuencias indeseadas de la inmigración masiva y
descontrolada que llegaba a Europa. No solo la inmigración constituye un
ejército de reserva que presiona a peores condiciones salariales y laborales a
los demás trabajadores, también hay millones de personas que han llegado a
Europa no a trabajar, sino a vivir de las ayudas sociales y aprovecharse del
Estado de Bienestar, que tanto esfuerzo costó a generaciones de europeos, sin la
menor intención de dar palo al agua. Además, las dificultados para la
integración de personas cuya religión, costumbres y status económico son
radicalmente distintos ha generado conflictos sociales y la creación de enormes
barrios ghetto en algunas ciudades. Marsella y los alrededores de París son un
buen ejemplo de ello, pero hay cientos en toda la UE. Se puede cerrar los ojos
ante lo que está sucediendo o incluso empecinarse en el error, pero está mas
claro que el agua que el problema de la inmigración ha sido el determinante del
triunfo del Brexit y de la grave situación creada en Europa.
Hace muy poco tiempo un
ultraderechista casi gana las elecciones a la presidencia en Austria y el
partido ultraderechista de Marine Le Pen ya es el mas votado en Francia, pero
procesos similares ocurren a todo lo largo y ancho de Europa, desde Hungría a
Holanda, desde el Norte de Italia a Gran Bretaña. Los fascistas han sabido
aprovecharse de los errores ajenos y han arrimado el ascua del problema de la
inmigración a su sardina.
La Europa que habíamos soñado
hace tiempo que dejó de existir. La Unión Europea es solo la unión de los
mercaderes que da empleo a decenas de miles de burócratas y que gasta ingentes
cantidades de nuestro dinero en intentar corregir sus propios errores. Los
británicos han actuado con inteligencia, porque las relaciones económicas y las
transacciones comerciales con la Unión no se verán afectadas, podrán seguir con
sus paraísos fiscales y con su piratería financiera y podrán tomar sus propias
decisiones, también en materia de inmigración.
Hay un grave problema y si no
queremos verlo y racionalizarlo pagaremos, ya lo estamos haciendo, las
consecuencias.
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