Fue patético ver las imágenes de
la última reunión en Ferraz, donde el secretario general del PSOE, Pedro
Sánchez, leía cuales eran sus intenciones mientras Susana Díaz y Javier Fernández,
entre risitas, se hacían confidencias.
La presidenta andaluza, con total falta de respeto hacia su jefe y con muchas
ganas de protagonismo, ya había hecho toda clase de comentarios a los
periodistas antes de entrar a la reunión.
Lo primero que Susana Díaz y la
Banda del Azufre hicieron fue descartar cualquier acuerdo con Podemos y así se
lo impusieron al secretario general; algunos dirigentes socialistas tienen
especial animadversión hacia esa formación política, ni digamos, en particular,
el presidente asturiano, que no estaba acostumbrado a las cosas que le espeta
en la Junta General Emilio León. Pero, a continuación, también impusieron que
no se facilitaría la investidura de Rajoy ni del PP, eliminado la posibilidad
de la “Operación Menina”, es decir, que pudiera ser Soraya Sáenz de Santamaría la
presidenta, permitiendo a Pedro Sánchez lavar la cara después de lo que le dijo
a Rajoy en el debate televisivo electoral ¡Como si permitir la investidura de
un presidente significara tener que gobernar con él o aceptar su programa
electoral! Eso, si las presiones de los poderes fácticos no son lo
suficientemente fuertes, solo puede conducir, evidentemente, a unas nuevas
elecciones generales. En esa coyuntura de incertidumbre y en ese río revuelto
es donde Susana Díaz y otros traidores esperan pescar, por eso su empeño en que
no se aplace el Congreso del Partido y en no dejar ninguna salida a Pedro Sánchez.
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