Si Karl Marx resucitara no
creería lo que verían sus ojos, un país erigido en primera potencia económica
mundial, China, con una economía capitalista pero dirigido por un partido comunista,
aunque manteniendo la planificación económica del Estado (esa es la clave del
éxito chino). Tampoco se creería que el mundo capitalista ha quedado paralizado
por un bicho microscópico, que media Humanidad está encerrada en sus casas y
que las fábricas, los comercios, casi todo, está cerrado. La verdad es que a
nosotros todavía nos cuesta trabajo creer lo que nos está pasando y a veces
tenemos que frotarnos los ojos por si esto no fuera más que una pesadilla o una
película de ciencia-ficción. El mundo y las creencias están patas arriba. No
hay una oración eficaz contra el coronavirus y nadie sabe en qué va a acabar
todo esto. Tome usted buena nota porque los que ahora no dicen nada luego
acusarán a todo el mundo de no haber previsto el desenlace. Son exactamente los
mismo que en enero no dijeron nada y ahora acusan a todo el mundo de irresponsable.
Decirme qué acciones debería haber comprado cuando se ha cerrado el parqué, y
ya conocemos todos como han quedado las cotizaciones, no vale. Marx había
previsto que, en la última fase del capitalismo, el poder lo detentarían los
oligopolios y los bancos y que los Estados estarían a sus órdenes, y la verdad
es que en esas estábamos. Hace mucho tiempo que las teorías económicas de Adam
Smith se quedaron obsoletas, el economista y filósofo escocés ya estaba más
desfasado que los pantalones de pata elefante, ni el mundo caminaba por sí
mismo, ni había libertad de mercado y libre competencia. El pez grande no se
comía al pez chico, sino que unos pocos megalodón se comían toda la fauna del
océano. Sin embargo, sobrevivía la clase social que había inventado el liberalismo
económico y que luego había sacrificado sus principios al neoliberalismo de la
Escuela de Chicago, la burguesía, o, mejor, dicho, la pequeño-burguesía. El mundo todavía no estaba dividido entre los
milmillonarios y los proletarios. Aunque parezca increíble, esta clase social,
la de los pequeño-burgueses, no era una aliada de la clase social proletaria,
sino de los megalodón, los que, en su proceso imparable de acumulación de
capital, se los estaban comiendo con patatas. Pero, hete aquí que llegó el
Covid-19 y todos han acudido, pedigüeños, a postrarse de rodillas ante papá
Estado, todos quieren ayudas y todos quieren que el Estado, ese al que tanto
habían aborrecido, intervenga y los salve. Han convertido el título de un
programa de telebasura en un grito: ¡Sálvame! Aunque jamás lo reconocerán,
todos se han hecho marxistas. Queda diáfano, queda meridianamente claro, que,
en verdad, la Historia no se había terminado.
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