
Ninguna nación, ningún pueblo en
la Historia había padecido tanto como el soviético en la Segunda Guerra
Mundial. Cuando Hitler estaba a punto de desencadenar la “Operación Barbarroja”
(la invasión de la Unión Soviética), reunió a sus generales para darles las
últimas instrucciones y les dijo que aquella no sería una guerra convencional
sino una operación de exterminio. 4 millones de hombres, 3 de alemanes y 1 de
sus aliados fascistas, invadieron las tierras soviéticas arrasando pueblos y
ciudades y masacrando a la población civil. Solo en el sitio de Leningrado, que
duró casi tres años, murieron 800.000 civiles, la mayoría de hambre y frío y en
la batalla de Stalingrado, la mayor que el mundo ha conocido, perecieron 2
millones de personas, entre soldados y civiles. En total, los alemanes mataron
27 millones de soviéticos. Pero, a pesar de que los soldados que mandaba el
mariscal Zhukov habían visto ya muchas veces la muerte y la destrucción les
faltaba por descubrir el infierno. Cuando entraron en Auschwitz no podían creer lo que vieron sus
ojos, esqueletos vivientes que ya no podían ni hablar, cadáveres a medio quemar que pocas horas antes
de su huida los alemanes habían apilado y dado fuego y gasolina, montones enormes
de gafas y sombreros de los cientos de miles de personas que habían sido
gaseadas y eliminadas en los hornos crematorios, quirófanos donde los
criminales médicos nazis hacían horribles experimentos con los prisioneros,
etc.
A Auschwitz habían sido
deportadas al menos 1.300.000 personas, la mayoría judíos, pero también había eslavos y soldados soviéticos (a los
comisarios políticos del Ejército Rojo, por orden expresa de Hitler, cuando
eran apresados, se les mataba in situ) y gentes de otras etnias y nacionalidades. Por lo menos fueron asesinadas
1.100.000 personas solo en ese campo, pero había decenas de ellos repartidos
por varios países de Europa.
Algunos campos de exterminio, los
situados en Alemania, habían sido en un principio campos de concentración para
enemigos de los nazis (comunistas, socialistas, anarquistas, etc) pero cuando
se adoptó la “solución final” se convirtieron en eficientes máquinas de matar
en masa.
Casi 6 millones de judíos,
hombres, mujeres y niños, fueron asesinados en los campos de exterminio, pero
también gitanos, homosexuales, disminuidos psíquicos, etc, y, entre otros
muchos, cientos de republicanos españoles que, tras la guerra civil, habían huido
a Francia y fueron hechos prisioneros por los alemanes.
Su muerte no ha sido en vano,
porque 80 años después (se cumplirán el próximo enero) siguen vivos en nuestra memoria y en nuestro corazón.
En la foto, sanitarios soviéticos
rescatando un joven en Auschwitz.
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