Yo no recuerdo tan grandes
manifestaciones en España, salvo aquellas al comienzo de la Transición Democrática,
donde se gritaba ¡amnistía y libertad! y las que organizaban los sindicatos que
dirigían Marcelino Camacho y Nicolás Redondo los primeros de mayo, que las que
se produjeron ante la intervención de España en la Guerra de Irak. No fue
aquella la primera guerra en aquella tierra, y fue la segunda donde una
coalición internacional intervino militarmente. Recuerdo ahora mis discusiones
con un entrañable amigo, ya fallecido, cuando unos años antes iraquíes e
iraníes se mataban sin piedad en otra guerra. En aquel tiempo el diablo, el malo
de la película, no era Saddam Hussein, al que Alemania proveía de armas
químicas para gasear a los kurdos y otros muchos vendían los mas sofisticados
artilugios bélicos, sino el ayatola Jomeini, al fin y al cabo era el que había
obligado a huir al exilio a uno de los peores sátrapas de la zona, un dictador asesino
que vivía en la mas obscena abundancia, mientras tenía al pueblo en la miseria,
pero que comía de la mano de Occidente y con el que se besaban nuestros reyes,
el Sha de Persia, Mohammad Reza Pahleví. Hubo mas de un millón y medio de
muertos, pero Irán, con la ayuda de China y con una resolución con la que nadie
contaba, resistió. A mi amigo le había dicho que el tipo verdaderamente
peligroso era Saddam, no Jomeini, pero que una cosa era tenerlo controlado no
vendiéndole armas y otra muy distinta acabar con él, porque se desestabilizaría
toda la zona. Desgraciadamente, los acontecimientos me darían la razón.
Entre los días 2 y 4 de agosto de
1.990 fuerzas combinadas del Ejercitó Iraquí invadieron Kuwait, la invasión del
emirato vino precedida por la negativa del emir Yaber III a hacerse cargo de
una parte de los estratosféricos gastos que había ocasionado la guerra contra
Irán. Baste decir que Irak debía a Francia dos billones de dólares por la
compra de armas. Pero, hay que recordar también que el Imperio Británico había
desgajado Kuwait de Irak en su propio beneficio y que Saddam Hussein tenía un pretexto
histórico perfecto. El Consejo de Seguridad de la UNU, con la resolución 660 aprobada el mismo día que empezó la invasión, instaba a Irak a retirarse y con
la intervención de las potencias occidentales y los regímenes feudales árabes
comenzó la Primera Guerra de Irak, mas conocida como la Guerra del Golfo. Los iraquíes acabaron retirándose, pero Saddam
Hussein había perdido para siempre la confianza del imperialismo.
En el año 2.003, uno de los mas
irresponsables presidentes de los EE UU, George W Bush, queriendo emular a su
padre, empieza a preparar la invasión de Irak. Se urde la patraña que el
régimen iraquí poseía “armas de destrucción masiva” que no solo eran un peligro
para la población de Irak, también para el resto del mundo. A pesar del
numerito, con fotos y pruebas falsas, que el secretario de Estado
norteamericano, Colin Powell, presentó ante el Consejo de Seguridad, los EE UU
y sus aliados no pudieron contar con el permiso y la legalidad de la ONU. Contra
todos los tratados internacionales y sin una resolución se invadió Irak. Fue
uno de los mayores errores que la Humanidad ha cometido y cuyas dramáticas
consecuencias aún colean. A los millones de muertos, heridos y desplazados hay
que unir la aparición de Estado islámico, otro de los efectos de aquella causa.
Los presidentes de los EE UU, Reino
Unido y España, los de la foto de las Azores, mintieron a sus pueblos porque
sabían perfectamente que no existían ningunas “armas de destrucción masiva” en
Irak, porque hasta las armas químicas que algunos le vendieron se habían agotado hacía
mucho tiempo, así se lo habían ratificado sus respectivos servicios secretos. Y
los pueblos de esos países, visionarios y clarividentes, se echaron entonces a
la calle con un clamor, con un grito, el de ¡No a la Guerra! La Historia ya ha
juzgado a aquellos tres presidentes.
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