El golpe de Estado que una
facción del Ejército Turco intentó el viernes 15 de julio ha fracasado, pero ha
dejado tras de sí centenares de muertos y heridos y unas consecuencias para el
país que todavía son difíciles de prever en toda su dimensión y que iremos
viendo a lo largo de los próximos meses. De momento, el Gobierno turco ha
iniciado una purga en el Ejército para limpiarlo de oficiales y jefes díscolos
y lo mismo ha sucedido con la judicatura, con miles de jueces cesados
fulminantemente. El presidente Erdogán aprovecha así la victoria sobre los
golpistas para afianzar su poder e insistir en una deriva autoritaria que
comenzó hace tiempo y cuyas últimas consecuencias son impredecibles. El
Ejército, que siempre fue el poder fáctico en Turquía, a partir de ahora va a
estar a completa disposición del presidente.
El rasgo mas llamativo del
presidente turco, Recep Tayyip Erdogán, es que sus decisiones son
impredecibles. Solo hace falta echar un vistazo a su biografía y a sus
actuaciones para comprobarlo. Erdogán procede de una familia de inmigrantes
georgianos pobres y se hizo a sí mismo con mucho esfuerzo. Estudió Política y
Economía mientras trabajaba como empleado en una empresa de transportes. El 18
de mayo del 2.010 fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad Europea
de Madrid por su trabajo en aras de la reconciliación y el entendimiento entre
distintos pueblos, religiones y culturas, en lo que se dio en llamar la Alianza
de Civilizaciones, donde el expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero,
también estuvo implicado. Pero, Erdogán, dejó a un lado esas políticas e inició
un camino cada vez mas radical hacia el islamismo. En el año 1.998, conviene
recordarlo. Erdogán ya había sido sentenciado a 10 meses de cárcel y a no poder
ocupar ningún cargo en la Administración por haber recitado en público un poema
del autor nacional, Ziya Gökalp que decía: “Las mezquitas son nuestras
cuarteles, las cúpulas nuestros cascos, los minaretes nuestras bayonetas y los
creyentes nuestros soldados”. Bajo el mandato de Erdogán el Estado islámico y
el Frente Al Nusra han gozado de la colaboración de Turquía como país de
tránsito para hombres, vituallas y toda clase de armamentos, unos llegados
desde Ucrania y otros servidos de tapadillo, por algunas potencias
occidentales. Cuando los peshmengas kurdos del IPG y del PKK empezaron a
adquirir protagonismo en el Norte de Siria e Irak en su lucha contra los
terroristas yihadistas, Erdogan rompió unilateralmente la tregua que duraba ya
dos años y se dedicó a bombardear con su aviación y con su artillería las
aldeas kurdas. El punto álgido del apoyo de Erdogan a los yihadistas fue cuando
un caza turco F-16 derribó un avión de apoyo táctico Sukhoi SU-24 ruso que
estaba bombardeando a los terroristas del Frente al Nusra al Norte de Siria.
Las potencias occidentales apoyaron en todo momento esas actuaciones de Turquía
e incluso la OTAN se alineó con Erdogán contra Rusia.
Pero, después de siete meses del
derribo del avión ruso algo ha pasado que ha hecho cambiar a Erdogan de
opinión. A finales de junio el presidente turco envió una carta al Kremlin donde
pedía perdón, se ponía en el lugar de los familiares del piloto ruso, ofrecía
todo tipo de compensaciones y prometía castigar a los culpables. No solo eso,
Erdogan ofrecía su colaboración a Rusia para acabar con el Estado Islámico y el
Frente Al Nusra. Naturalmente, Vladimir Putin no perdió un minuto en llamar por
teléfono al presidente turco, aceptar sus disculpas y concretar una cita entre
ambos mandatarios para empezar a atar cabos. Unos pocos días después, se produjo
el intento de golpe de Estado, al parecer dirigido por Fethullah Gülen, un
líder islamista que reside en Pensilvania (EE UU). Apuntemos también, porque no
es baladí, que la Casa Blanca y la Cancillería Alemana no emitieron un
comunicado apoyando al Gobierno turco hasta que los servicios secretos de ese
país confirmaron el fracaso del golpe.
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