
Los socialistas franceses, como
le ha ocurrido a toda la socialdemocracia europea, han abandonado la orilla
izquierda hace bastante tiempo, pero la última deriva, cebándose en los
trabajadores y las clases medias para encarar la crisis y plegándose a las
recetas neoliberales del FMI y del gran capital, han supuesto su puntilla.
Hollande había hecho una campaña electoral en las presidenciales de defensa de
los valores y las ideas de la izquierda en contraposición a las políticas de
Sarkozy, pero el tiempo ha demostrado a los franceses que eran todo mentiras.
Es preocupante el ascenso de la
ultraderecha en Francia, como ha ocurrido en Suecia, Holanda, Grecia e Italia,
por citar solo algunos otros países, pero los fascistas han sabido aprovechar
el descontento de amplias capas sociales que se han visto muy perjudicadas por
una crisis económica que ha empobrecido a la mayoría en beneficio de unos pocos.
También, como no, el descontento de muchos franceses, y europeos en general,
con las políticas de inmigración del bipartidismo, particularmente de los
socialistas, suponen cientos de miles de votos para los que saben rentabilizar esos errores ajenos.
Después de la travesía del
desierto y de las disputas internas que había sufrido el PSF, todo parecía
indicar que con Hollande de presidente se podía abrir un nuevo horizonte, era
un espejismo, es evidente que la socialdemocracia europea está tocada de muerte
si no regresa a sus orígenes. Pero la gangrena ya está muy extendida y el
enfermo solo se salvará cortando por lo sano, si es que la infección de la
derechización y la pérdida del Norte todavía no es total.
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