El presidente de China, Xi
Jinping, ha dirigido estas palabras a la Asamblea Nacional Popular en la
conmemoración del centenario del Partido Comunista Chino, que cumplirá cien
años el 23 de julio de este año: “Amigos, camaradas, la pobreza extrema ha sido
erradicada en China. Desde los años 70, bajo la dirección del Partido, 700
millones de personas han salido de la pobreza extrema en las zonas rurales de
nuestro país”. Es incuestionable que China ha pasado de ser un país anclado en
la Edad Media a un país que ya es la primera potencia económica mundial, será
la primera potencia militar dentro de 15 años y será la primera potencia en el
espacio exterior de la Tierra antes de 10 años y es incuestionable quién ha
dirigido ese proceso y quien ha gobernado y gobierna en China, nos guste más o
nos guste menos. Pero, yo no creo que los éxitos de China se deban tanto a la
dirección del PCCh como de algunos comunistas chinos, que no es exactamente lo
mismo. La verdad es que, durante muchos años, China había estado gobernada por
el mismo partido que lo está hoy y no solo no había logrado éxitos económicos,
con reformas agrarias sin sentido, con locas políticas económicas y con purgas
criminales en el propio partido, se había sumido al país en hambrunas terribles
donde murieron millones de personas. En aquellas purgas de la Revolución
Cultural los mejores y más lúcidos miembros del partido fueron asesinados y
otros muchos, junto a sus familias, enviados a campos de “reeducación” o a trabajar
al campo en las labores más ingratas. Entre ellos estaba Deng Xiaoping que, a
la muerte del “Gran Timonel”, un día regresaría para poner en su sitio a “la
banda de los cuatro”, que dirigía la viuda de Mao, y para, bajo el eslogan de
“no importa el color del gato si caza ratones” poner a China en el camino de la
modernidad y del progreso. Otros vendrían después para seguir la senda trazada por el que nunca fue ni secretario general del partido, ni primer ministro ni
presidente del gigante amarillo, “solo” secretario de la Comisión de Defensa del
Comité Central, entre ellos el muchacho que fue enviado al campo a apilar
estiércol y hoy presidente, Xi Jinping. Está claro que China, a pesar de que en
ella conviven dos sistemas económicos y hay muchos millonarios, es un país
donde la planificación económica, con Planes Quinquenales, y el poder del
Estado sobre las grandes corporaciones, los bancos y, en general, toda la
sociedad es evidente y que, aunque allí el socialismo no es el de Marx, hay una
cultura muy distinta a la occidental. Pero, esa cultura, la de la
planificación, la del trabajo y la del esfuerzo ni es solo privativa de China
en Oriente, también la vemos en Japón, en Corea, en Singapur, etc, países con
regímenes políticos muy distintos, y es esa cultura la que se está imponiendo a
Occidente, que la tenía hace muchos años, pero que ya no la tiene. Los que ya
peinan canas, o ya no tienen nada que peinar, se acordarán de una pregunta que,
por repetitiva, se acabó convirtiendo en estúpida en la España de los años 70 y
que se hacían los chicos y las chicas ¿estudias o trabajas? Si hace usted ahora
esa misma pregunta en España a millones de personas se llevará una sorpresa y
lo mismo sucede en muchos países occidentales. La cultura del trabajo y del
esfuerzo ha sido sustituida por la de vivir del cuento, es decir, vivir a costa
del Estado, es decir, vivir a costa de los demás. Esa es la gran diferencia
entre las sociedades occidentales y las sociedades orientales y eso será, y no
tanto las ideologías políticas, lo que determinará el apogeo de unos países y
el declive de otros.
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