Cuando Joe Biden ganó las
elecciones en los EE UU la izquierda europea, incluida la española, estuvo de
fiesta. Era maravilloso escuchar y leer las cosas deliciosas que decían
comentaristas y tertulianos progresistas en las redes sociales y en los medios
de comunicación. Había caído el maleducado, machista y neofascista Donald Trump
y llegaba el progresista Joe Biden, que defiende a las mujeres, a los
inmigrantes, etc, si será encantador el nuevo presidente de los EE UU que hasta
ha puesto a una mujer “de color” (primero dijeron afroamericana, pero se
equivocaron) de vicepresidenta, decían. Si no fuera porque uno ya conoce
perfectamente el percal diría que no se puede ser más pardillos. Joe Biden
tiene de progresista lo que yo de obispo, lo que tenía de progresista cuando fue
vicepresidente con Obama, tiene de progresista lo mismo que tienen casi todos
los dirigentes, patrocinadores y financiadores del Partido Demócrata, que se
conjuraron para que el candidato progresista a la presidencia no fuera Bernie Sanders. Sin
embargo, el impresentable Trump no había metido a su país en una guerra y era
el primer presidente de los EE UU que no había enviado a sus marines a masacrar
gente desde que tengo memoria vital. No solo eso, Trump se había entrevistado
con el dirigente de Corea del Norte para limar asperezas y evitar una posible
conflagración nuclear. Aunque las relaciones con China se habían deteriorado en
los últimos tiempos del mandato de Donald Trump, se trataba más de proteger los
intereses económicos de los EE UU que de una escalada de la retórica bélica.
Pues bien, el nuevo presidente de los EE UU no solo no ha implementado todavía
ninguna política doméstica más progresista que las de Trump y sigue, imprudentemente, imprimiendo papel
moneda sin respaldo de valor como si fueran cromos, para repartir, principalmente, a las
grandes empresas y corporaciones, dinero que otros, los trabajadores
estadounidenses, con su esfuerzo, tendrán que valorizar, está, además, tensando
la cuerda de las relaciones internacionales de forma imprudente y peligrosa,
amenazando a China y a Corea del Norte y diciendo (y los del Partido Demócrata
no es la primera vez que lo hacen) que Rusia ha intervenido en las elecciones
para hacer campaña en favor de Trump, por supuesto, como en las anteriores
elecciones, sin presentar prueba alguna. Pero, Biden ha ido más lejos y se ha
permitido la licencia de llamar “asesino” al presidente de Rusia, Vladímir
Putin. Corea del Norte y China ya han reaccionaron lanzando serias advertencias
a los EE UU y Rusia ha llamado a consultas a su embajador en Washington, una medida que, frecuentemente, precede a la ruptura de relaciones. Fue Winston
Churchill el que, después del acuerdo entre Chamberlain y Hitler para permitir
a los nazis que se anexionaran los Sudetes, espetó al entonces primer ministro
británico: “Se te ofreció poder elegir entre la deshonra y la guerra y elegiste
la deshonra, y ahora también tendrás guerra”. Solo nos falta la prueba del
nueve: ¿qué guerra será la que está preparando el encantador nuevo presidente
americano?
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