Lo primero que hay que
identificar cuando llegas a un gallinero es al gallo, en una manada de lobos al
macho alfa y en un debate a cuatro a quién lleva la voz cantante. Sin duda
alguna, Pablo Iglesias, el líder de Unidos Podemos, llevó la iniciativa en el
debate desde el principio y fue el único que puso en serias dificultades a los
demás, y lo hizo sin insultos, sin acritud, sin perder las formas, con mucha
moderación. Estaba claro que, como el formato se lo permitía, todos llevaban la
lección aprendida de casa e iban a decir lo mismo que están diciendo todos los
días en esta campaña electoral: Casado atacando a Sánchez espetándole que va a
pactar con Bildu y con los independentistas catalanes y diciendo que el
PP va a hacer un montón de cosas, las cosas que no ha hecho cuando gobernó o
que incluso las hizo en contrario, como decir ahora que van a bajar los
impuestos cuando los subieron más que nadie. Rivera no se metió en zancochos y
se ha centrado en lo único que tiene claro que le da votos, meter caña a los
independentistas. Eso queda muy bien para la galería, sobre todo porque es lo
que a muchos nos pide el cuerpo, pero yo dudo que sea inteligente, en la
coyuntura tan delicada en la que nos encontramos, decir que tengan que obtener
más del 3% de los votos a nivel nacional para tener representación
parlamentaria, cuando el PNV, por ejemplo, está haciendo una política bastante
responsable y otros, como ERC, podrían llegar a hacerla. Echar gasolina al
fuego es uno de los fuertes de Rivera. Clarísimo el vencedor del debate, yo no
tengo muy claro, sin embargo, cual ha sido el que ha estado peor, pero podría
ser Pedro Sánchez, continuamente a la defensiva, sonriendo ante los furibundos
ataques personales de las derechas y no contestando a la pregunta que por tres
veces le lanzó Pablo Iglesias: “Pedro, di a los españoles que no vas a pactar
con Ciudadanos”. Sánchez no solo no contestó a esta pregunta que mucha gente de
izquierdas quiere saber, reconoció que fue gracias a Unidos Podemos que se
subió el Salario Mínimo Interprofesional, por ejemplo, y, en general, las
políticas de izquierdas de su Gobierno. Pedro Sánchez parecía el cervatillo
acosado por un par de lobos y más que exponer su proyecto de país se defendía a
dentelladas como podía. Dos de ellas fue cuando le dijo a Rivera que Ciudadanos
defendía la gestación subrogada y que D. Albert dice frecuentemente una cosa y
al día siguiente la contraria. Sánchez perdió los nervios cuando Casado y
Rivera lo atacaron con el asunto catalán y con su reunión con Torra, pero
también dio un buen mandoble a Casado cuando le espetó que el PP había votado
126 veces con Bildu. Tengo que confesar que Iglesias me sorprendió. El Líder de
Unidos Podemos hizo lo que nadie esperaba que hiciera, llegó con la
Constitución en la mano y a los que se llenan la boca diciendo que ellos son
los constitucionalistas les recordó varios artículos de la Constitución, que
son más que el 155, les dijo. Iglesias huyó del enfrentamiento, pero defendió
la sanidad pública y criticó el dinero público que se destina a la privada,
cuestionó a los que quieren bajar los impuestos sobre todo a los que más
tienen, defendió a los profesionales de las FF AA que dejan tirados con 45 años
y remató con esta frase antológica: “A pesar de nuestros muchos errores, déjennos
estar en el Gobierno cuatro años y si no conseguimos cambiar las cosas no nos
voten nunca más”. Y, sobre todo, Pablo Iglesias ni se rio ni siquiera sonrió ni
una sola vez. Eso no se debe hacer cuando se tratan asuntos tan serios.
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