
El colectivo gitano no es fácil
de cuantificar porque en España, como es lógico, la gente perteneciente a esa etnia
no figura, como tal, en ningún registro, sería una medida racista intolerable,
y porque, además de los gitanos españoles, sobre los que había algunas
estadísticas aproximativas, han llegado a nuestro país en los últimos años
muchos procedentes de otros países, sobre todo de Portugal y de Rumanía. Pero,
sin temor a equivocarme mucho, yo estimo que ese colectivo lo forman en España aproximadamente
un millón de personas, y, como su tasa de natalidad es muy superior a la media,
va en aumento, también en proporción al resto de la población. Desde que los
gitanos llegaron a Europa hace siglos, dicen que desde la India, esta etnia no
ha logrado o no ha querido adaptarse a las sociedades de los distintos países
donde se han establecido y ningún Gobierno ni ningún régimen ha sido capaz de
lograr esa integración, ni Franco ni Ceausescu. Los nazis quisieron, en su
delirio criminal, acabar con el problema gitano de la misma forma que con el
que habían calificado de problema judío, exterminándolos en cámaras de gas o con
fusilamientos, pero, evidentemente, una cosa es ser consciente del problema y
otra muy distinta ser un asesino al que guste la solución final.
Prácticamente la totalidad del
colectivo gitano vive de las ayudas sociales (vivienda, muebles, alimentos,
etc) goza de sanidad y educación gratuita y también de pensiones no contributivas.
Esos ingresos los suelen complementar con actividades al margen de la ley por
las que no pagan impuestos. Los gitanos viven en su propia legalidad y mundo
paralelo y solo quieren algún contacto con el resto de la sociedad para parasitarla.
Tienen sus propia ley, la del ojo por ojo y diente por diente, no escolarizan a
sus niños o los sacan de la escuela sin acabar los estudios primarios, casan a
infantes con 14 ó 15 años, e incluso tienen costumbres tan aberrantes como la “ceremonia
del pañuelo”, de lo que nadie, feministas incluidas, dice absolutamente nada.
En los últimos años los gitanos se han hecho en España con la mayor parte del
tráfico de drogas y forman clanes tan temidos que ni las mafias del Este de
Europa se atreven a cuestionar, por eso vemos en la televisión como gente que
no tiene ninguna actividad conocida gasta millonadas en bodas y banquetes. Barrios
como las Cañadas Reales, en Madrid, o las 3.000 viviendas, en Sevilla, son sus
feudos más importantes. Allí hasta apedrean e insultan a la Policía y la
Guardia Civil. Que nadie se atreva a colgarme el sambenito de racista y
xenófobo, porque no lo soy, sí lo son los gitanos, que prohíben a sus mujeres
casarse con los payos a los que, aunque son los que los mantienen, desprecian.
Eso sí, luego van a purgar sus pecados “al culto”, porque todos ellos se han convertido, también para diferenciarse del resto de la sociedad, a la Iglesia
Evangelista.
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