
El conflicto del Sáhara, que para
muchos ya estaba olvidado, sigue ahí y lo que está sucediendo con el acuerdo de
pesca con Marruecos nos lo vuelve a recordar. A nadie parece importar, salvo a
las familias que acogen niños en España todos los años y a las asociaciones de amigos del pueblo saharaui, que los españoles
no solo dejamos a esa gente a merced de Marruecos y muchos de ellos, los que no
fueron masacrados con bombas de napalm por los F-5 marroquíes, viven desde entonces
en los campamentos de Tinduf, en pleno desierto, tampoco que esquilmemos la
riqueza pesquera de sus aguas a cambio de pagar a Marruecos. Mucha gente no es
consciente que el pueblo saharaui, de poco más de cien mil habitantes, tendría
una de las rentas per cápita más altas del mundo si, entre unos y otros, no les
hubieran robado sus tierras, sus fosfatos, su petróleo y su riqueza pesquera.
No vamos a contar ahora lo que sucedió desde la ignominia de 1.976, cuando España
se retiró del Sáhara ante la “pacífica” Marcha Verde que organizó Hassán II, el
padre del actual monarca marroquí, solo decir que la supeditación de la
política y los intereses españoles a los de los EE UU nos ha reportado más
perjuicios que beneficios, salvo a la dictadura franquista, claro. Porque fue
en el contexto de la Guerra Fría donde hay que enmarcar el arranque de este
conflicto.

Los argumentos jurídicos son
demoledores, porque se sustentan en resoluciones de la ONU. Las aguas del Sáhara son de los saharauis, no
son ni de España ni de Marruecos, pero aquí se llamó terroristas a los
polisarios que las defendieron y ahora se pedirán cuentas al maestro armero y
se culpará a la UE por cebarse en los pescadores andaluces. No tenemos remedio.
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