Primero nos vinieron con el
cuento chino del fin de las ideologías, el fin de la Historia, y el pensamiento
único y ahora, aunque no es muy consecuente con lo anterior, son muchos los que
hablan de la transversalidad, de cosas y medidas que no son ni de izquierda ni
de derecha y que todo el mundo puede aceptar. Era falso que las distintas ideologías
habían dejado de existir y también es falso que exista una transversalidad política
que pueda operar al margen de las ideologías y, sobre todo, de la realidad
objetiva. Las políticas transversales son a la política como la Teoría de la Relatividad
a la física, no van al meollo del asunto. Son los principios ideológicos y la
mecánica cuántica los que construyen nuevas sociedades y explican el Universo.
Otra cosa es la simbiosis o mutualismo, los pactos imperativos, aunque sean contra
natura, y las alianzas, no necesariamente entre afines. La anémona permite que
el pez damisela se proteja entre sus tentáculos venenosos mientras que este
devuelve el favor limpiándola de restos y parásitos.
No debemos confundir la transversalidad
y el relativismo político, de los que hay que huir como del agua hirviendo, con
los acuerdos y con los compromisos históricos. Pero, no somos los españoles muy
dados a los pactos, y mucho menos con nuestros enemigos, aunque sean también compatriotas.
Hay gente que cree que en la Transición las distintas fuerzas políticas y el
régimen franquista se pusieron de acuerdo, sin más, para traer la democracia y
hacer la actual Constitución, nada mas lejos de la realidad. Ese consenso
estuvo determinado por las fuertes presiones de los poderes económicos y de
potencias extranjeras para que España no siguiera el mismo camino que Portugal,
donde muy poco tiempo antes, con La Revolución de los Claveles (abril de 1.974),
el país quedó fuera del control de los amos y tuvieron que provocar un golpe de
Estado, y de timón, para reconducir la situación. Los poderes fácticos y el régimen
franquista prefirieron pactar que arriesgarse a una revolución, pero, una cosa
era tragar con una democracia formal y otra muy distinta con la real, como
comprobaría poco después el presidente Adolfo Suárez en primera persona. “La
tejerada” no triunfó, pero sí el verdadero golpe de Estado contra un Gobierno
que hacía cosas que no gustaban a los que, al margen del Pueblo, seguían
teniendo la sartén por el mango. Como la anémona y el pez damisela, solo pactan
los enemigos para sobrevivir o ante un mal mayor, pero, solo son aliados
circunstanciales.
En España otra vez nos
encontramos en una encrucijada histórica. Son tantos nuestros problemas y estos
son de tal calibre que estamos obligados a construir una plataforma política
amplia donde la dicotomía izquierda, derecha, no puede constituir un obstáculo
insalvable. No me refiero a los oportunistas acuerdos políticos transversales
entre partidos cuyos intereses e ideología son antagónicos, sino a los ciudadanos
de a pie, a esa gran mayoría de españoles que tienen muy claro que hay cosas
que tienen que cambiar y coinciden en muchas de ellas. El líder y la fuerza
política que sean capaces de explicar la necesidad de un programa de cambio
radical que ataque de raíz los males que nos aquejan, un programa que pueda ser
asumido por la mayoría, ganará las elecciones. No será un acuerdo transversal hecho
en los despachos, será un acuerdo tácito de amplia base social a la que la
necesidad obliga, pero que necesariamente ha de tener una estructura y una base
ideológicas. Por su propio interés, la anémona tiene que proteger al pez damisela.
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