El nuevo escándalo salpica de
lleno al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que ya tiene
una larga carrera de fechorías a sus espaldas, incluidas las cosas
impresentables que hizo mientras fue primer ministro de Luxemburgo. Juncker, el
político mas besucón desde Leonid Brézhnev, no solo no ha informado al
Parlamento Europeo de lo que se estaba negociando, todo parece indicar que ya
estaba trabajando por la firma de un tratado en unas condiciones inaceptables
que, además, soslayan la actual legislación europea. Tras Jean-Claude Juncker,
naturalmente, está la señora Merkel, valedora de las grandes empresas alemanas,
que son las mas beneficiadas con un acuerdo que les abriría de par en par el
mercado norteamericano.
El “Greenpeaceleaks” como ya se
ha bautizado el escándalo, revela, por ejemplo, que se pretende autorizar la
venta de carne hormonada y de todo tipo de productos modificados genéticamente.
No solo eso, multinacionales norteamericanas podrían introducir pesticidas en
Europa que han causado un daño atroz a las abejas. Este asunto, que ha pasado
casi desapercibido para la opinión pública, constituyó uno de los puntos de
fricción mas importantes entre Rusia y los EE UU en los últimos años. El
presidente ruso, Vladimir Putin, protestó enérgicamente ante el secretario de
estado norteamericano, John Kerry, en su visita a Moscú por la continuada
protección del presidente Obama hacia los gigantes de la biogenética Syngenta y
Monsanto. Tanta era la preocupación e indignación del Kremlin que advirtieron a
Kerry que “el apocalipsis de las abejas” podría provocar la Tercera Guerra
Mundial. La UE, dicho sea de paso, inexplicablemente, ha renunciado al mercado ruso y en ningún caso se plantea un acuerdo similar con Rusia, a pesar de ser vecinos y de representar nada menos que 150 millones de personas y un campo casi virgen para las exportaciones de la Unión.
Los activistas de Greenpeace
están alarmados, con razón, y todos los ciudadanos de la Unión Europea también
deberíamos estarlo, porque una cosa es un acuerdo racional para abrir el
mercado de estas dos grandes áreas económicas, con 800 millones de
consumidores, que tendría un efecto beneficioso para la economía mundial en un
momento donde esta pasa por grandes dificultades, y otra muy distinta que las leyes y normativa europea sean vulneradas y que se negocie de espaldas a los
ciudadanos un tratado que da miedo.
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