Cientos de miles de subsaharianos
viven en condiciones infrahumanas en la costa de Libia esperando cruzar a
Europa, a pesar de que saben que muchos como ellos han perecido en el intento.
Están desesperados y no tienen nada que perder. Forman parte de los casi dos
millones de africanos negros que trabajaban en Libia cuando allí mandaba Al Gaddafi.
Los que aplaudieron aquella guerra y la intervención de la OTAN, “para llevar
allí la democracia”, están desaparecidos, ya no dicen nada en las tertulias ni
escriben artículos y editoriales sobre el asunto. Callan como muertos, no sea
que alguien tenga la ocurrencia de pasarles la factura de los gastos de la
ayuda humanitaria y los entierros de sus víctimas. Saben que están salpicados
de sangre. Millones de personan sufren ahora en Libia, y no solo en Libia, las
ocurrencias de los irresponsables y las consecuencias del intervencionismo de
un imperialismo criminal que se resiste a desaparecer, pero, ese ejército de
desgraciados es la materia prima de un nuevo gran negocio, el de la ayuda
humanitaria, el de las ONGs, unos entes que han crecido como hongos en los
últimos años, que no controla nadie y con los que unos cuantos sinvergüenzas se
están haciendo ricos. Se llaman a sí mismas Organizaciones no Gubernamentales,
pero viven, sobre todo, de los Presupuestos del Estado y de las ayudas y subvenciones
de las CC AA y los Ayuntamientos. De la misma forma que han privatizado el
aparcamiento en nuestras calles o la gestión del agua ¿porqué no se iba a
privatizar la gestión del sufrimiento?
Aprovechándose de la buena
reputación y prestigio de ONGs como Cruz Roja, o Cáritas, cuya labor social y
altruismo están fuera de toda duda, pero que el Estado y la Iglesia Católica
atan en corto, han proliferado en los últimos años cientos de ONGs dirigidas
por no se sabe quién y que reciben cientos de millones de las arcas
públicas y de particulares y empresas sin fiscalización alguna. No solo eso,
algunas de estas organizaciones opacas gestionan viviendas públicas y otros
recursos sin rendir cuentas a nadie de sus actividades. Naturalmente, tras
algunas ONGs están algunos partidos políticos y algunos de sus militantes, que
han descubierto una nueva bicoca para su modus vivendi.
Un detalle para nada baladí es
que la mayor parte de la financiación de las ONGs procede, como he dicho, de
los Presupuestos del Estado, pero mas concretamente de esa casilla que usted,
tache o no, se va a llevar el 0,5% de su IRPF. Es decir, son precisamente los
asalariados, cuyo IRPF no se puede escamotear, porque va en su nómina, los
trabajadores, en fin, los menos pudientes, los que pagan, como sucede en general
con todos los impuestos, la mayor parte de las subvenciones que van a parar a
las ONGs.
En el país de la picaresca, las
ONGs no van a ser la excepción. No se puede entregar dinero público a nadie por
mucho que nos cuente que se destinará íntegramente a paliar el sufrimiento de
los que peor lo están pasando. Que no le tomen el pelo, la ropa que usted echa
a esas cajas de cartón que le ponen en el descansillo de su escalera no va a
parar a los pobres africanos sino a la industria del reciclaje en la India. Cuando
se abra una gran auditoría, todos, como si se hubieran caído de repente del
guindo, se echarán las manos a la cabeza. Por eso nadie debe extrañarse del
prurito humanitario que tienen algunos, los mismos que apoyaron las guerras que
causaron el drama y cuyas consecuencias ahora dicen querer remediar, pero obteniendo
una plusvalía. ¡Que vengan inmigrantes y refugiados a miles! Menudo negocio para
los granujas.
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