
Alemania ya no invade países con
sus “Panzer”, ni bombardea a la gente con sus “Stukas”, pero los teutones
tienen la misma intención de adueñarse del Viejo Continente, usando ahora a las
instituciones de la UE y el BCE como armas. También sobrevive la filosofía de
la raza superior, pues no es lo mismo ser alemán que pertenecer a los países
del sur, donde las opiniones de las agencias de calificación se convierten en
recetas para los ajustes salvajes, mientras que son puestas en duda cuando
critican las cifras macroeconómicas de los mandamases.
Como corderos que van al matadero,
algunos países de la UE se han plegado a las decisiones de Alemania y han
cedido a su chantaje. Todos conocemos la llamada de teléfono que hizo la canciller
Merkel a Zapatero en mayo de 2.010 y como los socialistas se cagaron por los
pantalones. Así, unos se ven obligados a empobrecerse, sacrificando derechos sociales
y salarios y pagando la Deuda al 5%, mientras otros tienen casi pleno empleo y
se financian gratis.
Como cuando Hitler estaba en su
apogeo, una vez que Europa Occidental ya come de la mano de los germanos, ahora
toca la expansión hacia el Este, hacerse
con el “espacio vital” que los dioses tienen reservado a los arios y quedarse
con las inmensas riquezas naturales de los eslavos. Esta segunda edición de la “Operación
Barbarroja” ya tuvo sus preliminares hace algunos años, poco después de la
desintegración de la URSS y mientras dirigía el Kremlin el etílico Yelsin. Los
Países Bálticos y Polonia, como antaño, fueron cosa fácil, y todos recordamos
aquellas revoluciones de diseño que estallaron en Ucrania, Georgia o
Bielorrusia, con la misma escenografía y el mismo color naranja, aprovechándose
de las legítimas aspiraciones democráticas y emancipadoras de los ciudadanos de
esos países. En Bielorrusia fracasaron, pero no así en Georgia y Ucrania, donde
se instalaron personajes y regímenes que han dado muchos disgustos y que el
tiempo y los electores han puesto en su lugar.
Pero, como sucedió en la Segunda
Gran Guerra, también hubo un punto de inflexión, que no se produjo a pocos
kilómetros de Moscú, pero que igualmente estuvo protagonizado por las tropas
rusas, cuando acudieron en ayuda de Osetia del Sur, que había sido atacada por
el ejército georgiano. Había un nuevo dirigente en el Kremlin, Vladimir Putin,
y se había terminado la impunidad. El presidente georgiano, Mijail Saakashvili,
ya ha caído en desgracia, porque los azotes que provocaban sus aventuras y sus
ocurrencias los recibían en su trasero los ciudadanos de su país.
La gran pieza a cobrar es Ucrania, un gran país de 46 millones de habitantes, con una gran industria y
agricultura y que es la puerta del Mar Negro y del Cáucaso. Pero Ucrania
también es vital para Rusia, que quedaría indefensa si esta cayera en manos de
Alemania y de la OTAN, pues allí, en la base de Sebastopol, está estacionada la
Flota del Mar Negro (que es compartida con Ucrania) y en la Península de Crimea
tiene desplegados Rusia una buena parte de sus radares de alerta temprana, que
la defienden de los misiles de la Sexta Flota. Rusia, a cambio, mima a Ucrania
con precios del gas y petróleo muy por debajo del mercado y con acuerdos con
algunas de sus empresas punteras, como la que fabrica los aviones Antonov,
algunos de ellos los mayores del mundo.
Con burdas mentiras, como la
patraña del envenenamiento de Víctor Yúschenko (se dijo que con dioxinas rusas,
cuando su problema facial fue causado por una alergia al maquillaje) se intervino en la campaña electoral del 2.005, con
reuniones como la que se ha celebrado recientemente en la capital de Lituania,
Vilna, se quiere poner cerco a Rusia y con el apoyo a los golpistas, que han
perdido las elecciones, se pretende doblegar a Ucrania y a su presidente, Viktor
Yanukovich, que ha viajado a China para reforzar las alianzas comerciales y
estratégicas.
Los alemanes no han aprendido
nada.
FOTO: avión ucraniano Antonov, An-225, el mayor del mundo.
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