En junio de 1.941 se inició la “Operación
Barbarroja”, la invasión alemana de la URSS. Como había dicho Hitler a sus
generales, no se trataba de una guerra común, sino de una operación de exterminio.
Los nazis consideraban a los eslavos, como a los negros, sub-hombres, y
pensaban que tenían todo el derecho a eliminarlos y quedarse con sus inmensas
tierras y con las riquezas naturales de su patria. Poco tiempo antes, la URSS,
muy debilitada por las luchas internas y por las purgas de Stalin, había
perdido una guerra contra Finlandia y eso también dio alas a Hitler. Cuatro
millones de soldados, 3 de Alemania y 1 de sus aliados fascistas, iniciaron una
ofensiva sorpresa (existía un tratado de no agresión entre Alemania y la URSS)
con la intención de acabar las operaciones antes de la llegada del invierno. En
las primeras semanas después de la invasión los soviéticos sufrieron grandes
pérdidas, pero pronto se dio la orden de retirarse hacia el Este dejando tras
de sí solo “tierra quemada”. En esas fechas se produjo uno de los movimientos
logístico-estratégico más grandes que se han hecho nunca y del que se ha
hablado poco, en solo una semana, más de mil fábricas fueron desmanteladas y
trasladadas desde las inmediaciones del Mar Negro hasta el Este de los Urales,
una iniciativa que sería decisiva para la victoria final.
A medida que se estiraban las
líneas alemanas y los soviéticos empezaban a oponer fuerte resistencia, Hitler
se dio cuenta que no sería tan sencillo romper el espinazo de la URSS y tomar
Moscú y se centró, junto con los finlandeses, en poner sitio a Leningrado (San
Petersburgo) donde, en tres años, morirían 800.000 rusos, muchos por hambre y
frío, y en tomar los pozos de petróleo y los campos de trigo del Cáucaso. El
tirano alemán dio la orden de arrasar Stalingrado, una ciudad industrial que
había sido construida con modernos edificios y muchos parques para sus
trabajadores y que era el orgullo del régimen comunista. La ciudad fue
bombardeada sin piedad por la Luftwaffe antes de ser asaltada por tierra y en
pocos días se convirtió en un montón de escombros entre los que sobrevivían
algunos aterrados civiles. Hay una magnífica película alemana sobre la batalla.
Los enfrentamientos eran calle por calle y casa por casa, o lo que quedaban de
ellas (“guerra de ratas”) y pronto los alemanes se hicieron con casi todos los
barrios. Sin embargo, aunque muy diezmadas, tropas del Ejército Rojo
resistían en algunas zonas de la ciudad, en particular en la orilla Oeste del
río Volga y en la Estación Central de Ferrocarriles, pues se había recibido la
orden del Kremlin de impedir que Stalingrado cayera a toda costa. La lucha en
la Estación Central fue particularmente encarnizada, llegando en ocasiones al cuerpo a cuerpo. Entre los muchos muertos del Ejército Rojo había
un teniente español de solo 22 años, pero que ya había participado en España en
la Batalla del Ebro y en la Campaña de Cataluña y en Rusia en operaciones muy
arriesgadas tras las líneas alemanas, se llamaba Rubén Ruiz Ibárruri y era el
único hijo varón de Dolores Ibárruri, la líder del PCE. Gracias a aquellos
sacrificios se lograría la victoria.
Stalingrado fue nombrada ciudad
heroica y a Rubén Ruiz Ibárruri se le concedió el título de Héroe de la Unión
Soviética, la más alta condecoración de la URSS. Un monumento recuerda su gesta
en la reconstruida ciudad de Volgogrado.
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