
En el asalto, las llamadas “fuerzas
del orden” y los soldados del ejército han empleado maquinaria pesada para
arrasar las tiendas de campaña, vehículos blindados e incluso la aviación, que
ha arrojado bombas de racimo sobre los ciudadanos que se defendían con piedras.
Ante esta barbarie, contrasta la
actitud de la llamada “comunidad internacional”, que estuvo tan presta a
intervenir militarmente en Libia, mantiene toda clase de apoyos a los
mercenarios terroristas en Siria o critica a regímenes dictatoriales solamente
si son díscolos. Pero es que los EE UU han alimentado al monstruo, prestando
mas de 1.500 millones de dólares anuales al ejército egipcio, no solo para
mantener un aparato logístico represivo, también para sobornar a sus generales.
Turquía ha pedido la reunión del
Consejo de Seguridad de la ONU, pero no porque sea un país comprometido con la
justicia internacional y los derechos humanos, sino por afinidad ideológica con
los masacrados. No se puede poner el grito en el cielo ante lo que está pasando
en Egipto y luego dar apoyo a los fanáticos de Al Qaeda que actúan en Siria.
Desde que en 1.952 fuera
derrocado el rey Faruq I por el Movimiento de Oficiales Libres, los militares
han tenido siempre el poder en Egipto, todos los presidentes han sido generales
hasta la llegada, a través de las urnas, de Mursi, el líder de los Hermanos Musulmanes,
que ha tenido un mandato efímero. Pero nada tiene que ver Gamal Abdel Nasser,
el protagonista del golpe de estado contra la monarquía, un patriota que se
opuso con determinación a las potencias imperiales y a Israel, uno de los
fundadores del Movimiento de Países no Alineados y de la República Árabe Unida (unión
de Egipto y Siria) y que, con la ayuda de la URSS, construyó la gigantesca
presa de Asuán, que riega el delta del Nilo, alimentando a la población, y
provee de energía eléctrica a Egipto, con los que vinieron después: Anwar el-Sadat,
que murió asesinado por soldados que participaban en un desfile militar, o
Hosni Mubarak, un sátrapa asesino también protegido de Occidente. Dos
militares, Nasser, o el criminal al-Sisi, que está masacrando a su propio
pueblo, tan diferentes como el cielo del infierno.
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