
Por fin se ha celebrado la
anunciada comparecencia del presidente del Gobierno para hablar del caso
Bárcenas, y D. Mariano ha seguido un guion bastante parecido al que nos habíamos
imaginado, es decir, mezclar los asuntos económicos con el verdadero objeto del
debate, no aclarar nada y cebarse en una oposición floja, sin líder y sin
programa alternativo. Tanto es así que han sido los diputados de la izquierda
minoritaria los únicos que han llamado a las cosas por su nombre y que han
puesto dialécticamente en aprietos al jefe del Ejecutivo.
Rajoy se ha equivocado, porque no
se estaba juzgando políticamente al que fuera tesorero del PP, Luis Bárcenas,
un individuo que ha cometido unos cuantos delitos y que la Justicia pondrá
definitivamente en el lugar que ahora ocupa de forma provisional, sino al
Partido Popular y al propio presidente del Gobierno, que se aprovecharon del
dinero que algunos empresarios donaban a cambio de favores, tanto en sobresueldos
a los conspicuos, como en la financiación ilegal del partido. En esta ocasión,
el presidente no lo ha tenido claro, no eran solo los partidos de la oposición
los encargados de exigir la verdad y responsabilidades políticas si las
hubiera, sino la opinión pública, los ciudadanos, incluidos muchos votantes del
PP.
El presidente del Gobierno ha
tratado de minimizar los daños con la esperanza de que, pasado el verano, la
virulencia de este desagradable asunto haya remitido y que nuevos
acontecimientos releguen el caso Bárcenas a un segundo o tercer plano. ¿Dimitir?,
ni de coña, ¿elecciones generales anticipadas?, ni lo sueñen ustedes.
Pero, muchas de las cosas que
están sucediendo en este país, particularmente los continuos escándalos de
corrupción, están contribuyendo a la creación de un estado de opinión que, por
primera vez desde la Transición, exige una catarsis política. El deterioro de
las instituciones y la mofa a la ciudadanía coincide, además, con continuos
recortes sociales, bajadas de salarios y una crisis, mucho más que económica,
que lo impregna todo.
Los españoles llevamos ya varios
años aguantando mucho, pero la paciencia tiene un límite. No es baladí que
mientras el presidente del Gobierno no da las explicaciones que se le piden se
descubran nuevos escándalos en la familia real, porque todo ello, sumado, crea
una atmósfera irrespirable.
Mientras ocurren estas cosas, el
déficit previsto para todo el año ya se ha superado en los primeros seis meses,
nuestra Deuda, que tenemos que pagar entre todos con altos intereses, sigue
escalando posiciones en el ranking de los países europeos y el Estado de las
Autonomías, con sus asimetrías interesadas y sus independentismos, está a punto
de saltar por los aires. Eso sin contar con un paro que volverá a asustarnos
pasado el estío.
Cuando llegue septiembre la desagradable
realidad regresará y el Gobierno volverá otra vez su mirada hacia los
ciudadanos con el embudo en una mano y el aceite de ricino en la otra. Pero la
autoridad moral de Rajoy para seguir gobernando y aplicando “reformas” ya ha
desaparecido por completo.
El presidente ha cometido un tremendo
error, no el de equivocarse con Bárcenas, sino no calibrar adecuadamente la coyuntura social que vive España y, ¡cuidado!
A partir del próximo año las elecciones llegarán en cascada, coincidiendo en el
tiempo con desagradables resoluciones y sentencias judiciales.