Las situaciones extraordinarias
requieren medidas extraordinarias y ese es el carácter que tienen las medidas
que ha aprobado hoy el Consejo de Ministros tras largas discusiones. Pero, los
españoles, como nuestro Gobierno, no son conscientes de la situación real, de
la situación social y económica de nuestro país; no es que no sepan lo que hay,
es que no quieren saberlo, lo soslayan, como si enterrando la cabeza, como el
avestruz, no te fuera a comer el león. Como diría Alfred Hitchcock, los
españoles estaban sentados sobre una bomba de relojería a punto de estallar,
algunos lo sabíamos, pero ellos no. Se ha acabado el suspense. El coronavirus
es el “cisne negro” (un acontecimiento imprevisible que puede tener
consecuencias dramáticas) que ha venido a poner todo patas arriba, pero lo que
vamos a ver, lo que vamos a vivir, no lo ha provocado el bicho, ya estaba aquí.
Me vienen a la memoria ahora fábulas escritas por gente cabal como son las de
“Los tres cerditos” o “La cigarra y la hormiga”. Hemos sido los cerditos vagos
y hemos sido la cigarra que se divertía tocando el violín, pero ha llegado,
inmisericorde, el invierno. Nos habían dicho que se había acabado la Historia,
que el capitalismo había triunfado, pero, el coronavirus ha tenido que venir a
decirnos, basta de cuentos, que era mentira. Vamos a ver como la entelequia
sobre la que se sustentaba el mundo capitalista se viene abajo delante de
nuestros ojos, la burbuja de la Deuda ha estallado y ha cundido el pánico en
los parquets, en los bancos centrales y en los Gobiernos. Las bolsas caen en
picado, el precio del petróleo se derrumba y la actividad industrial cae tanto
que, a pesar de que los ricos están comprando oro en grandes cantidades, hasta
está bajando el precio del metal amarillo, que se usa más en la industria que
como reserva de valor. Vamos a ver como los particulares, las empresas y los
Estados, apalancados hasta las cejas, no van a pagar ahora sus deudas, en algunos
casos, como las de los Estados, estratosféricas. El coronavirus nos ha abocado
a un mundo nuevo y desconocido que nada tendrá que ver con nuestro mundo
anterior. Lo que hace unos días nos parecía imposible (“en España no podríamos
confinar en sus casas a millones de personas, como hacen los chinos”) hoy es
posible. Hacer previsiones sobre en qué va a desembocar todo esto es muy
arriesgado, nadie lo sabe. Los bancos centrales occidentales, también el de
Japón, siguiendo las órdenes de los Gobiernos, van a inundar de billetes, de
papel moneda oliendo todavía a tinta y sin respaldo de valor, a los bancos
privados para que hagan de intermediarios entre los mandamases aficionados a la
alquimia y los ciudadanos ¡que Dios nos coja confesados! Tenemos ayudas para
las empresas, tenemos ayudas para los trabajadores, no se pagarán impuestos ni
hipotecas durante no se sabe cuánto tiempo y la gente cobrará igual estando en
casa, regulada por un ERTE, y sin trabajar y con las industrias paradas ¿De
verdad pensamos que el país de jauja existe? Durante años España ha construido
una sociedad paralela, la de la economía sumergida y el fraude fiscal, y,
cuando algunos lo denunciábamos, las Administraciones callaban y había hasta
gente que te decía de todo, menos bonito. Pues bien, también en este asunto el bicho
va a poner ahora las cosas en su sitio. Las ayudas del Gobierno y “los
mortadelos” de los bancos centrales no van a llegar en España a cientos de
miles de personas, quizá millones, que vivían en la economía sumergida.
Meretrices, manteros, autónomos de facto pero que no estaban dados de alta,
inmigrantes sin papeles que eran empleados por los negreros sin darlos de alta
y sin pagar por ellos seguros sociales. Los que han permitido todo esto, los
que han querido tener “un ejército de reserva que presionara a peores
condiciones salariales y laborales al resto de trabajadores”, como diría Karl
Marx, van a tener ahora un grave problema, pero más grave aún lo van a tener
los que se van a quedar sin ingresos y atrapados dentro de nuestras fronteras
¿Un salario social universal para todos? molaría mucho, el problema es que, se
lo voy a decir en tres palabras: no hay valor, ni en la primera ni en la segunda acepción que la RAE da al término (no dinero) ¿Lo hemos entendido?
Atentos, porque las revoluciones no las hacen las ideas, las hacen los
estómagos.
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