Yo soy el único español que no
soy un experto en el coronavirus, en este asunto, como en muchos otros, soy un
perfecto ignorante, lo confieso. Todos los habituales tertulianos de las
cadenas de radio y de televisión dan ahora clases de medicina vírica, otros
escriben sesudos artículos y editoriales para ilustrarnos sobre los avatares
del bichito y las redes sociales se han llenado de gente versada en el asunto,
de especialistas en la materia. El otro día, mientras esperaba entre otros
padres y abuelos, entre madres y abuelas, por la salida de los niños de la
escuela, escuché sesudas disertaciones, teorías conspirativas muy bien elaboradas,
proyecciones para el futuro inmediato y el menos inmediato; si uno sabía todo
lo que hay que saber, venía la otra y todavía sabía mucho más. Pobre de mí, soy
un mindungui entre tanta sabiduría. Lo que si se es lo que ven mis ojos y escuchan
mis oídos, yo no me atrevo a elevar a la categoría de tesis incontestables mis
ocurrencias y mis corazonadas sin prueba alguna. Como no soy ningún experto, ni
tengo la información suficiente ni tengo claro que el coronavirus tenga un
origen animal, ni que, en verdad, apareciera en un mercado de una ciudad china,
no espere usted que le pueda ilustrar en algo, bastante tengo que ilustrarme
yo. Eso sí, parece, recalco de lo parece, que todo empezó en Wuhan, la ciudad de
once millones de habitantes que es capital de la provincia de Hubei, situada en
China Central, y que desde allí se ha extendido a casi todo el mundo. En fin,
esto para mí es algo parecido al eterno debate sobre el Universo, sabemos los
efectos, pero no sabemos la causa ni el por qué, al menos no lo sabemos los
ignorantes. Mientras los chinos han logrado parar la pandemia, implementando
medidas que ningún otro país sería capaz de tomar (“no tomaremos ninguna medida
que no seamos capaces de implementar”, nos espetó Fernando Simón, el hombre de
jersey que todos los días, entre risas y sonrisas, nos da el parte diario de
infectados y muertos) en Europa lo que nos toman es el pelo a nosotros, al que
lo tenga. La pandemia no creo, desde mi ignorancia, que se vaya a parar ni
cerrando escuelas, ni aplazando ¿sine díe? la liga de fútbol, ni suprimiendo
Las fallas y la Semana Santa, ni con ninguna de las medidas que ha tomado el
gobierno de España y los demás gobiernos europeos, eso podrá ayudar, pero, si la
gente se va a seguir moviendo e interactuando, no se aíslan los focos
infectados y no se pone bajo reclusión domiciliaria a poblaciones enteras, como
hicieron los chinos, yo tengo la impresión de que la pandemia se extenderá
imparable, como se extiende todos los inviernos la gripe. Angela Merkel, que
seguramente estará mucho mejor informada que yo y que es la que lleva la batuta
en la UE, ya nos lo ha dejado muy clarito. “no podremos impedir que un 70% de
la población sea infectada por el coronavirus”. Las personas con patologías
respiratorias y de más edad serán las víctimas propiciatorias, no vamos a
necesitar una ley de eutanasia y la pastillita holandesa para solucionar el
problema de las pensiones. El Covid-19 (me hace gracia el uso de nombres y
términos científicos, como si la gente de a pie supiéramos algo de ellos, pero
lo mismo nos pasó con la prima de riesgo, de la que antes de la crisis de 2008
no sabíamos ni lo que era y luego todos hablábamos de ella como si fuera de la
familia) ha venido para quedarse, porque esto no es China, aquí tenemos muchas libertades
y mucha democracia, pero la selección natural no entiende de esas cosas,
sobrevive el que mejor sabe adaptarse a un entorno cambiante y a un medio
hostil. No hace falta ser muy listo para ver las consecuencias sociales y
económicas, para adivinar lo que nos va a pasar, nos lo comunicará, a su debido
tiempo, un hombre de jersey, Angela Merkel y ¡ojo! Cristine Lagarde, vamos,
pienso yo, en mi ignorancia.
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