Los políticos son muy aficionados
a emplear eufemismos, les gusta inventarse nombres raros, que nadie entiende,
precisamente para eso, para que no se entiendan, es una forma muy grosera de
engañar a la gente que funciona, pero que solo funciona durante un tiempo,
porque la realidad siempre se acaba imponiendo. Cuando los nazis se retiraban
del Frente del Este, arrollados por las tropas soviéticas, decían a los ciudadanos
alemanes: “avanzamos hacia la retaguardia”, pero eso no impidió que las tropas
del mariscal Zhukov se plantaran en Berlín. Pues bien, en lo que menos le gusta
a la gente que le tomen el pelo es en lo que afecta directamente, para mal, a
su bolsillo y aquí sí que los políticos y los economistas a su servicio se
subliman con los eufemismos. La crisis económica que padecemos no ha sido
producida por la pandemia del coronavirus, eso solo la ha agravado, viene de
bastante atrás, de más atrás incluso que la anterior crisis
financiero-inmobiliaria de 2008. A mediados de los años 70 del siglo pasado se
empezaron a ver los efectos perniciosos de un sistema económico donde la
planificación brillaba por su ausencia, así, mientras muchos países carecían de
casi todo, en Occidente la producción industrial empezó a dar los primeros
signos de sobreproducción, algo que se agudizaría posteriormente y a lo que se
le buscó salida con la globalización. Sin embargo, la globalización no aportaba
soluciones al negocio del crédito y por eso, muy imprudentemente, se creó la
burbuja financiero-inmobiliaria. En unos pocos años, a través de hipotecas a 40
años, o más, el trasvase de capital de los trabajadores hacia los empresarios y
las entidades financieras fue brutal. Se vendían pisos como churros al triple,
o más, de su valor de coste y los bancos, alentados por los gobiernos y por los
bancos centrales, daban créditos no solo para el piso, también para los muebles
y el coche, a gente que, en cuanto perdiera un poco más de poder adquisitivo,
no los podría pagar. Así sucedió, porque la usura es algo que no tiene límites.
La crisis de 2008 fue en realidad una crisis crediticia. Para intentar paliar
la grave crisis en la que habían metido a Occidente, para salvar a esos bancos
que tenían miles de créditos incobrables y para que no les pidieran cuentas los
ciudadanos, los políticos echaron mano de su instrumento más querido, los
eufemismos. Los bancos centrales pusieron a funcionar las máquinas de hacer
billetes a todo trapo, dinero sin respaldo de valor para inundar con él la
maltrecha economía, a eso se le llamó “expansión cuantitativa” y también, en
menor medida, “flexibilización cuantitativa”. Pensaron que el invento les había
funcionado, porque, a pesar de introducir en la economía, que no en el mercado, ingentes cantidades de
papel moneda, no se había disparado la inflación, y eso que el crédito estaba
más barato que nunca, incluso con intereses negativos. Sin embargo, era un
espejismo, porque ese dinero no había ido a parar a manos de la gente, no circulaba,
había ido a sanear las cuentas de los bancos a través, sobre todo, de la compra
por parte de éstos de bonos y Deuda. El dinero sin respaldo de valor es como un
taxi, solo se valoriza si circula. Si un taxista compra un coche para guardarlo
en el garaje no lo valorizará nunca. En esta crisis el dinero sí ha ido a los
particulares y a las empresas. En los últimos meses la Reserva Federal ha
fabricado nada menos que seis billones de dólares sin respaldo de valor que el
gobierno americano ha repartido. 18 millones de estadounidenses cobran ahora
300 dólares a la semana del Estado y eso ha tenido la consecuencia, no solo de
que haya unidades familiares que viven mejor sin trabajar, también que las
empresas no encuentren ahora los trabajadores que necesitan. Pero, como habíamos
comentado hace algunas semanas, ha aparecido el fenómeno de la hiperinflación. En
Florida, por ejemplo, el precio de los alquileres ha subido el 80% en los
últimos meses. La masa monetaria en circulación es mucho mayor, a los precios
actuales, que los bienes y servicios que se pueden comprar con ella, así que
para que ambas partes de la ecuación se equilibren habrá una gran inflación. Esa será la consecuencia que todos vamos a ver de la fechoría. Mientras nuestros
políticos nos entretienen con otras cosas, la inflación en España va camino ya
del 3%, y eso afecta directamente a los salarios, a las pensiones y a los
ahorros de la gente ¿Qué nuevos eufemismos sacarán de la manga los
encantadores políticos y los economistas del pesebre para intentar engañarnos?
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