A mí no me gusta el formato de
estos debates, unos debates amañados entre los candidatos hasta en el más
mínimo detalle, donde tienen pactados los tiempos, los temas a tratar, absolutamente
todo. Me gustaría más que varios periodistas, e incluso gente de la calle
seleccionada por sorteo, hicieran las preguntas que consideraran convenientes y
pudieran repreguntar, entonces no serviría de nada no querer
contestar a las preguntas ni esconderse tras los papeles y los mantras que los
candidatos llevan preparados para repetirlos como loros. Pero en fin, una vez
dicho esto yo creo, y lo mismo está diciendo casi todo el mundo, hubo dos vencedores
claros, por este orden, Pablo Iglesias y Santiago Abascal; desde las antípodas
políticas estuvieron más convincentes y se desenvolvieron mejor. Iglesias ha vuelto a ganar este debate
como ganó en abril los dos debates de entonces, el líder de UP se desenvuelve
muy bien ante las cámaras y en los debates a cara de perro, sea en la
televisión o en el Parlamento. Me sorprendió que no solo no atacó al PSOE, incluso
volvió a sacar de apuros a Pedro Sánchez, sin duda una actitud inteligente,
pues el objetivo de Iglesias era recuperar los votos que en las pasadas
elecciones se fueron al PSOE. Santiago Abascal, que empezó nervioso, fue a más,
y terminó sorprendiendo haciendo el mismo discurso de la ultraderecha europea,
algo que nada tiene que ver ni con el
programa de Vox ni con la verdadera condición de ese partido, que en realidad es ultraliberal, pero que,
inteligentemente, Abascal sabe que es lo que le puede dar votos de nichos poco
ideologizados, como el de los jóvenes. Abascal sacó a relucir “el componente
social” que Julio Anguita dice que le falta a Vox, el componente social que sí
tienen los partidos neofascistas europeos, pero no dijo nada de bajar los
impuestos a los ricos y de que los trabajadores paguen la mitad de sus
cotizaciones a los bancos, cosas que van en su programa. D. Santiago quiso
hacer una incursión atacando a Pablo
Iglesias, pero este le tapó la boca cuando le contestó que la hija de Ernest
Lluch, histórico dirigente del PSC y ministro del PSOE asesinado por ETA en
noviembre del 2.000, es candidata al Senado por En Comú Podem. Casado mantuvo
una línea media y salió bastante airoso del debate. El candidato del PP fue muy
claro y contundente al decir que ni por activa ni por pasiva va a apoyar un
Gobierno de Pedro Sánchez, que, ¡ojo! no es lo mismo que decir que no apoyaría
un Gobierno del PSOE sin Sánchez. Echó en cara a Sánchez que pidiera la abstención
al PP y a Ciudadanos para evitar ir a unas nuevas elecciones cuando el
presidente en funciones es conocido como el del “no, es no”, es decir, cuando
Sánchez dimitió de su cargo, e incluso abandonó su escaño en el Congreso de los
Diputados, para no hacer lo que exige que hagan los demás. Rivera estuvo mal,
nervioso, desdibujado, se ve que las encuestas que arrojan unos malos
resultados para Ciudadanos le han hecho mella. Sacar rollos de papel, fotos y
hasta un adoquín ni dan altura al debate ni dan una imagen de estadista del que
utiliza esas artimañas como argumentos. Incluso Abascal tenía preparado algo
similar para contestar a Rivera cuando este, desesperado, quiso atacar al líder
de Vox. Para mí, con diferencia, el peor fue Pedo Sánchez. Todo el mundo sabe
que el líder socialista no se encuentra cómodo en este formato y que pierde los
papeles cuando le interpelan con preguntas que se salen de su guion. Sánchez no
contestó a las preguntas que le hicieron Casado ¿va a volver a pactar usted con
los independentistas? o Iglesias ¿va a pactar con la derecha? Cabizbajo,
leyendo continuamente las chuletas que le preparó Iván Redondo, sin mirar a los
ojos a los teleespectadores y a sus contrincantes, con un discurso que
seguramente no convenció ni siquiera a muchos socialistas y con un lenguaje no
verbal tan desastroso como el verbal. Yo no creo que este debate haya sido
decisivo para las elecciones, pero sí importante para la correlación de fuerzas,
tanto en el bloque de la derecha como de la izquierda. Veremos.
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