Dos han sido las formaciones
políticas derrotadas en las últimas convocatorias electorales, PP y Unidas
Podemos. Cuando escribo estas líneas es aún una incógnita si la derrota del PP
se puede ver amortiguada por un premio de consolación, como es la alcaldía de
Madrid, y también está por ver si Pablo Iglesias va a ser capaz de introducir
algún ministro en el Gobierno de Sánchez o si finalmente los socialistas
gobernarán en solitario pero con el apoyo tácito, que a veces puede ser explícito,
de Ciudadanos. Tener un ministro puede acallar algunas voces que están
exigiendo a los líderes de Unidas Podemos una profunda autocrítica y, por
consiguiente, la rectificación en unos cuantos asuntos, pero, sería un grave
error de Iglesias y Garzón no hacer un análisis serio de lo que les ha pasado y
usar la posible influencia en la formación del futuro Gobierno como tinta de
calamar. Me voy a centrar en la derrota electoral de Unidas Podemos: la primera
adversidad electoral aconteció en las antepenúltimas (si no he perdido la
cuenta) elecciones generales, entonces se perdieron más de un millón de votos.
Que algo así podía suceder era previsible, porque Podemos había crecido como un
suflé al calor de la crisis y del 15M y todo el mundo sabe lo que pasa en
política y en repostería cuando se enfrían las cosas. Inteligentemente, aquella
previsible pérdida de votos se palió con un acuerdo con IU para, gracias a la
Ley Electoral, minimizar los daños. Con un millón de votos menos se conservaron
los 71 diputados. Objetivo cumplido. Unidos Podemos tenía entonces un numeroso
grupo parlamentario y la alcaldía de las dos principales ciudades del Estado y de
varias capitales de provincia, poca broma. Ahora había que gestionar eso. Pero,
cuando emerge una fuerza política de la nada y se nutre de gente no profesional
los errores son inevitables, no solo los errores en la gestión, también los
errores en las alianzas, en las estrategias, en el programa, y, en fin, en el
desarrollo de la praxis. Casi todos los cuadros de Podemos son unos novatos en
política, empezando por sus dirigentes nacionales y acabando por sus
concejales. IU tenía esa experiencia que faltaba, aunque también con una buena
mochila de errores por resolver, pero se minimizó su influencia en el nuevo
movimiento y tampoco Alberto Garzón fue capaz de ponerla en valor, craso error.
Y llegaron las derrotas electorales, porque ahora la pérdida de votos sí
restaba. La primera gran derrota fue en las elecciones autonómicas catalanas,
la segunda en las elecciones autonómicas andaluzas, la tercera en las últimas
elecciones generales y la cuarta en las elecciones municipales, autonómicas y
europeas del pasado día 26 de mayo. En muy poco tiempo se perdieron casi 2.300.000
votos, una auténtica hecatombe. Sin embargo, tras la primera derrota, la de Cataluña,
ya hubo voces que alertaron de que si no se hacía una profunda autocrítica y se
rectificaba Unidos Podemos emprendería el camino hacia su desaparición. No hubo
ninguna autocrítica ni ninguna rectificación, la culpa era de los electores que
no habían entendido que estaba muy bien coquetear con los independentistas,
defender a los okupas y querer abrir las fronteras de par en par. El mundo está
equivocado y yo tengo razón, pero, evidentemente, Pablo Iglesias no es Galileo
Galilei. Yo hubiera vendido el chalet y regresado a Vallecas y no hubiera
feminizado el nombre de mi partido, no me gustan las incongruencias ni las bobadas.
Pero, hay algo peor que no hacer autocrítica y no rectificar, hacer análisis
alegres y erróneos de lo que acontece. Ahí tenemos como ejemplo las
declaraciones de Aurelio Martín, el único concejal que le ha quedado a IU en el
ayuntamiento de Gijón, que ha dicho que los malos resultados de la coalición
(en Asturias IU y Podemos se presentaron por separado en estas últimas
elecciones) se deben a la marcha de Llamarares. Ese argumento serviría si en
Mieres IU, en vez de arrasar, hubiera perdido también, y si hubiera tenido
buenos resultados en otras partes de España
donde se presentada unida o por separado con Podemos, pero donde también ha
cosechado pésimos resultados y donde Llamazares no ha influido para nada. Si
los profesionales hacen estos análisis, qué podemos esperar de los aficionados.
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