En España hay temas tabú, asuntos
muy importantes que nadie se atreve a tratar, son varias las causas de que no
se hable de ciertas cosas, pero entre ellas está lo que se ha llamado “bienqueda”
o también “buenismo estúpido” o lo “políticamente correcto”, pero, cuando ni te
presentas a las elecciones, te importa un pimiento lo que digan de ti y no
escribes para agradar, juegas con ventaja y ganas mucho en libertad de expresión.
Es muy llamativo que cuando se
habla de que tenemos un problema de sostenibilidad de las pensiones y que el
propio gobernador del Banco de España, entre otros muchos, nos dice que, si no
hacemos algo, el tinglado se nos puede venir abajo, nadie menta que en España hay
un gran colectivo de más de 800.000 personas, sin contar a gitanos de otras
nacionalidades, como rumanos y portugueses, también muy abundantes, del que es
muy probable que trabaje menos del 5%, generalmente en canción flamenca y en
mercadillos, el resto viven de los salarios sociales y de todo tipo de ayudas,
que frecuentemente complementan con otras actividades, muchas veces delictivas,
que pueden ir desde el hurto en tiendas y grandes almacenes, pasando por el robo de chatarra y cobre, hasta el tráfico
de drogas. A pesar de que nos han contado muchas veces que los salarios
sociales no se dan a perpetuidad, es decir, que es una ayuda temporal que
proporcionan los ayuntamientos y las CC AA en situaciones coyunturales de
riesgo, esto es completamente falso, hay colectivos que los tienen de por vida
y el de los gitanos es uno de ellos. Por si lo que los gitanos cuestan a esta
sociedad no fuera ya un problema suficientemente importante, la cultura ancestral de este
colectivo genera otros aún más graves: la estructura social de los gitanos está
asentada alrededor de la familia y, como se casan de adolescentes y tienen
tantos hijos, estas familias suelen ser enormes. Abuelos, padres, hijos,
hermanos, tíos, primos, sobrinos y demás familia formas los clanes, que no solo
se pueden identificar por el apellido, también porque suelen tener un
sobrenombre. Esos clanes tienen como cabeza visible a un patriarca, que a
veces, sobre todo cuando hay dinero y algunas actividades ilegales muy
lucrativas de por medio, también puede ser una matriarca. Los gitanos tienen
sus propias leyes, entre la que sobresale el ojo por ojo y diente por diente,
que frecuentemente genera peleas y venganzas, incluso con muertos, que se pueden
prolongar durante generaciones. Entre sus costumbres sobresalen algunas
verdaderamente aberrantes, costumbres que si las tuviera algún payo
provocarían, con razón, multitudinarias manifestaciones feministas y
declaraciones de políticos airados, me refiero, por ejemplo, a la conocida “ceremonia
del pañuelo” en la que se introducen los dedos en la vagina de la novia para
partirle el himen y comprobar que es virgen. Pero, también los gitanos prohíben
a sus mujeres casarse con los payos y el machismo más absoluto es la regla en
su sociedad. Por si todo esto no fuera suficiente, en la actualidad el tráfico
de drogas en España está, en su mayoría, controlado por clanes gitanos, desde
las Tres Mil Viviendas a las Cañadas Reales, en todas partes. Por eso usted
verá, incluso en la TV, bodas carísimas con limusinas de lujo y viviendas muy
ostentosas (a los gitanos les gusta mucho presumir de dinero y suelen llevar al
cuello cadenas de oro muy gruesas) de gente a la que no se le conoce ocupación
alguna ¿Hay un problema? Yo creo que sí, y gordo, un problema que no ha podido
solucionar ningún país del mundo donde hay población gitana.
En las últimas elecciones
generales han salido elegidos tres diputados y una diputada de etnia gitana (los payos, como nos hemos juntado con todo el mundo, no tenemos etnia) a
saber: Beatriz Micaela carrillo (PSOE), Juan José Cortés (PP), Sara Giménez
(Ciudadanos) e Ismael Cortés (En Comú). Juan José Cortés, el padre de la niña
asesinada, Mariluz, es el más mediático de todos ellos, hace ingentes esfuerzos
por serlo, es pastor evangelista, como Bolsonaro, y este asunto no es baladí
porque los gitanos, casi todos ellos, que eran católicos, se han hecho
evangelistas y ahora no van a la iglesia, van al culto. La mayoría de los
gitanos, algo que también llama la atención, son de derechas. La diputada Sara
Giménez (Ciudadanos) trabaja, no es una broma,
en el Departamento de Igualdad y Lucha contra la Discriminación de la
Fundación Secretariado Gitano y lo primero que ha hecho ha sido llamarnos
racistas a nosotros, los payos, a los que los mantenemos, y nos lo ha dicho una
señora de un colectivo que es más racista que nadie, de un colectivo para el que el mantenimiento de la pureza de su raza es fundamental, algo que no se puede siquiera discutir.
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