Vivimos tiempos difíciles para la
democracia, con la soberanía del Pueblo amenazada, no tanto porque España esté
sin Gobierno desde hace muchos meses, como porque muchos ciudadanos empezamos a
pensar que estamos mejor sin él. Mientras no gobiernen y no tengan poder no
podrán hacernos nada. Hay un divorcio entre la gente de la calle y los
políticos, un divorcio que, como en las parejas, se ha ido fraguando con el
transcurrir de los años. Pero, siempre hay un punto de ruptura, la gota que
colma el vaso, el “por aquí no paso y ya no voy a tragar mas”, se trata de la
corrupción, la mayor infidelidad de los representantes políticos a sus
representados. La corrupción política no es, ni mucho menos, nueva en nuestro
país, no voy a hacer un relato histórico de ella, pero, los españoles ya estamos cansados de desayunar todos los días con
un nuevo escándalo y, sobre todo, estamos cansados de la desfachatez de los
políticos para disculpar a los corruptos de sus propias filas, de que pongan a
funcionar continuamente el ventilador de la mierda, de que recurran al “y tú
más” como si así lavaran sus pecados. Sin embargo, lo peor de la corrupción no
es que nos roben nuestro dinero, sino que nos roben la democracia. Hemos visto
en otros países, como Italia, por ejemplo, como la corrupción y las mafias
pueden llegar a poner en peligro al propio Estado y a sus instituciones y
llegar, incluso, al asesinato, desde los de jueces hasta el de todo un primer
ministro.
En España la corrupción ya afecta
gravemente a dos de los poderes del Estado, el Ejecutivo y el Legislativo.
Corrupción es que el Gobierno privatice empresas públicas y que luego el
presidente y los ministros que autorizaron esas privatizaciones, con lo que se
ha dado en llamar “puertas giratorias”, se empleen en las mismas empresas que
privatizaron, con nóminas de infarto y corrupción es que con “mordidas” y con
dinero negro, a cambio de contratos públicos y otros favores, se financien
algunos partidos y paguen así una buena parte de sus campañas electorales. Esos
diputados y esos senadores, aunque personalmente no se hayan llevado un duro,
son unos corruptos. Pero, todavía queda un poder que la corrupción no ha
logrado penetrar en nuestro país, el Poder Judicial. El tercer poder, sin proponérselo,
se ha convertido en la vanguardia de la lucha por la democracia en España. Los
jueces se han erigido en nuestros defensores, poniendo a los corruptos contra
la pared y salvaguardando el Estado de Derecho. Pero, también los jueces se han
convertido en gente incómoda para los sinvergüenzas, para
los ladrones, para los golpistas. No es la primera vez que en nuestro país
algunos pretenden acabar con la división de poderes, la mayor garantía
democrática, no es la primera vez que en nuestro país quieren asesinar a
Montesquieu. Cuando, a pesar de las leyes y el Código Penal hechos a su medida,
los corruptos son encausados, son procesados o son condenados, no salen sus
compañeros de partido aborreciéndolos, sino disparando contra los jueces. Estos
días hemos escuchado, por ejemplo, como el expresidente de Extremadura, el todavía
socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, a raíz del procesamiento de los
expresidentes de Andalucía, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, arremetía
contra el juez Álvaro Martín que lleva la causa, como antes arremetían contra
la jueza Mercedes Alaya. Y exactamente lo mismo hacen los conspicuos del
Partido Popular, pero en sentido contrario, cuando el juez Víctor Gómez pide al
Tribunal Supremo imputar a Rita barberá. “Hacen coincidir los procesamientos
con las campañas electorales”, dicen los deslenguados, como si hubiera una
trama judicial que midiese los tiempos para perjudicarlos. Solo falta que digan
que los jueces españoles están a las órdenes del Gobierno de Venezuela.
Los jueces y juezas son
trabajadores públicos que, en medio de muchas dificultades, hacen lo que pueden
para cumplir con su trabajo. Con escasos medios, con pocos recursos, sin
Policía Judicial, sin un buen apoyo informático, etc, y encima tienen que
sufrir la injerencia y las zancadillas de los que usufructúan los dos otros
poderes. Tienen mi gratitud y mi reconocimiento.
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