
Muchos se están frotando los ojos
porque aún no son capaces de dar crédito a la evidencia. Algunos vivieron
aquellas fiestas en Rodiezmo, donde Villa bramaba contra la derecha y donde se
cantaba, puño en alto, “arriba parias de la Tierra, y ahora se les cae el mundo
encima. Eran los mismos que ponían en la picota a Juan Vega cuando calificaba
en sus artículos a Villa como el Virrey de Asturias y los mismos que no
supieron dase cuenta de lo farsantes y peligrosos que son siempre los
izquierdistas. No lo digo yo, lo dijo Vladimir I. Lenin.
Villa tenía que dar el visto
bueno al candidato socialista a la presidencia de Asturias y ese poder, el
poder que le dio el PSOE y el sistema político que padecemos, es la causa que
lo que estamos viendo, no la falta de escrúpulos de un “chorizo”, otro más. Seamos
sinceros, la dictadura franquista, salvando el paréntesis de los Gobiernos que
presidió el honrado y patriota Adolfo Suárez, ha sido sustituida por la
dictadura de los facinerosos y del sistema político que estos han creado. Los
mismos que han reformado la Constitución sin consultar al pueblo y que quieren
transformarla hasta que no la conozca ni la madre que la parió, sin nuestro permiso,
los mismos que se ponen de acuerdo en las preguntas en el Congreso de los
Diputados, los mismos que no tienen la menor intención de escarmentar a los
corruptos, los mismos, en fin, que, de facto, gobiernan juntos en Asturias,
piensan que pueden tomar el pelo a todo el mundo durante todo el tiempo. Se
equivocan, y los asturianos se lo van a demostrar en los próximos comicios.
El 20 de diciembre se cumplirán
41 años del Proceso 1001, y en estos momentos no puedo dejar de recordar a
aquellos sindicalistas, conocidos como “Los diez de Carabanchel”, que fueron
detenidos por la policía franquista cuando celebraban una reunión clandestina
en el convento de los Oblatos, en Pozuelo de Alarcón (Madrid). Fueron
condenados a penas que sumaban 162 años de cárcel por defender las libertades y
los derechos de los trabajadores de este país. Los lideraba un tal Marcelino
Camacho, el máximo dirigente de un sindicato llamado CC OO, que se había creado
en la Mina de la Camocha, en Gijón. Años mas tarde Camacho iría de la mano de
Nicolás Redondo, el secretario general de la UGT, que había sido desterrado por
Franco, y le montarían cuatro huelgas generales a Felipe González. Mientras los
traidores, gracias a los servicios prestados, llegaban a la presidencia de Andalucía
o hacían y desacían a su antojo en Asturias. ¡Qué grandísima diferencia!
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