
La lucha para salvar la Tierra
empezó hace mucho tiempo, pero siempre fue cosa de un puñado de adelantados. En
los años 70 del pasado siglo algunos movimientos adquirieron cierta relevancia,
sobre todo en Europa, fueron el germen de partidos políticos como Los Verdes,
que hoy ya son importantes e incluso deciden Gobiernos. En aquella primera
fase, los ecologistas caían simpáticos, pues su lucha por salvar a las ballenas,
por ejemplo, no significaba un ataque al poder establecido. Quién no recuerda
aquella adorable y cándida canción de Roberto Carlos, el cantautor brasileño,
dedicándole un estribillo a los cetáceos. Pero todo cambió cuando, en la
segunda fase, el movimiento ecologista se empezó a meter con las líneas de alta
tensión, con los vertidos industriales y con el calentamiento global y el
cambio climático. Aquellos jovenzuelos inofensivos de repente se convirtieron
en una amenaza e inmediatamente fueron apodados “sandías”, ya sabe usted,
verdes por fuera y rojos por dentro. Aunque la mayor parte de los movimientos
ecologistas no habían nacido desde partidos y organizaciones revolucionarias de
izquierda, era evidente que su enemigo era el mismo, un sistema que para unos
explotaba a los trabajadores y para otros se cargaba el Planeta. Pero, mientras
los movimientos ecologistas casi no se impregnaron de las tesis marxistas, no
ocurrió lo mismo en los partidos de izquierda, que no solo vieron en la lucha
por el medio ambiente un buen instrumento revolucionario, sino que se dieron
cuenta lo absurdo de proponer cambios radicales en la sociedad y en el sistema
económico cuando la Tierra ya fuera un planeta muerto. Es esa segunda fase, que
ha durado hasta hace poco, el discurso del llamado crecimiento sostenible no se
pudo, valga la redundancia, sostener. Julio Anguita, el que fuera coordinador general de IU, lo digo muy claro: “para seguir creciendo necesitaríamos dos
planetas Tierra”.
En los últimos años se han
producido en el mundo fenómenos naturales inusuales que han provocado grandes
catástrofes. La virulencia creciente de tornados, tifones, grandes mareas, etc,
fue en un principio minimizada por el poder y los medios de comunicación a su
servicio, pero no se pudo engañar a la gente durante mucho tiempo, porque
organizaciones prestigiosas y científicos honrados ya estaban alertando de que
algo grave estaba pasando. “Los sandías”
tenían razón, pero a muchos les costaba aceptarlo.
Aunque los efectos del
calentamiento global provocado por la actividad humana ya son palpables en todo
el mundo, en los casquetes polares la catástrofe es mucho mas evidente. El
secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, se ha convertido en un líder en esta
lucha desde que visitó el Círculo Polar Ártico y vio con sus propios ojos lo
que estaba sucediendo. Ban Ki-moon acaba de nombrar al magnífico actor
norteamericano, Leonardo DiCaprio, persona también muy concienciada en este
asunto, embajador de la ONU para el cambio climático. Pero incluso el
presidente Obama y otros importantes mandatarios mundiales se han dado cuenta
ya de que nos queda poco tiempo para invertir una tendencia que nos lleva
inexorablemente al suicidio colectivo.
Los ciudadanos del mundo,
independientemente de sus ideologías políticas, ya se están movilizando y ya
están saliendo masivamente a la calle para forzar a los políticos a tomar las
medidas necesarias para revertir la situación, antes de que lleguemos al punto
de no retorno. Estamos ya inmersos en la decisiva tercera fase.
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