Vivimos sentados encima de un
polvorín, de un polvorín nuclear. Yo no conozco ninguna especie animal, salvo
el Homo Sapiens, capaz de autodestruirse por completo. Otras especies, incluso
parientes nuestros, como los neandertales, desaparecieron, pero por factores
exógenos, donde nosotros a veces hemos tenido también mucho que ver.
Individuos, partidos políticos, Estados y organizaciones de todo tipo están muy
preocupados/das por muchas cosas, pero no parecen estarlo demasiado por la
amenaza mayor, la amenaza que puede acabar, no solo con nuestra especie, con
toda la Biosfera, la amenaza atómica, que, al contrario que otras, no admite
discusión ni disenso. Los arsenales nucleares de las grandes y algunas medianas
potencias son suficientes para arrasar por completo la Tierra varias decenas de veces,
provocando un apocalipsis de gigantescas explosiones, terribles incendios, radiación, contaminación
de isótopos e invierno nuclear que ríase usted del meteorito que hace casi 66
millones de años asoló nuestro planeta. La locura llega hasta el punto que, en el caso de que un ataque nuclear por sorpresa destruyera los estados mayores,
el gobierno y todas las estructuras de mando del atacado, las máquinas robotizadas seguirían disparando misiles y dando órdenes a las tríadas nucleares
para asegurar la destrucción del adversario. La garantía de la destrucción
mutua asegurada, la disuasión del miedo, ha funcionado hasta ahora, aunque esa
garantía no incluye errores de interpretación y fallos fatales, pero hace
tiempo que en la ecuación han entrado nuevos factores que han puesto en
cuestión la posibilidad de que alguien esté tan loco como para desatar un
holocausto nuclear: El primero de esos nuevos factores fue el desarrollo y despliegue por parte de
los EE UU y sus aliados del conocido como "escudo antimisiles", una
de las fases esenciales de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE) que
aprobó el presidente Reagan (conocida popularmente como "Guerra de las
Galaxias) que contempla también el despliegue en órbita terrestre de cañones
láser y electromagnéticos de inducción nuclear, que no solo sirven como
interceptores de misiles, como los que tienen base en tierra, en buques o en
aviones, como los cazas F-15, también pueden poner en cuestión la soberanía de
cualquier país en pocos minutos. Es evidente que pensar que puedes lanzar un
ataque nuclear sin miedo a la respuesta puede llevar a algún desequilibrado, o
a una camarilla de locos, a una aventura con resultados catastróficos, sobre
todo si el enemigo ha desarrollado y desplegado armas nucleares capaces de
burlar cualquier defensa antimisiles. Pero, sin duda, el mayor peligro (el otro nuevo factor) para que
la terrible posibilidad de que se pudieran volver a utilizar armas nucleares
contra la gente, después de las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki por EE
UU, es que grupos terroristas o Estados gobernados por fundamentalistas fanáticos
se pudieran hacer con este tipo de armas. Hacer una bomba atómica es bastante
sencillo, pero algo muy diferente es disponer del material para construirla. Las
grandes potencias se han ocupado (que no es lo mismo que preocupado) de que
nadie, salvo ellas, tuvieran acceso al uranio y al plutonio suficientemente
enriquecidos como para hacer bombas atómicas, pero no siempre lo han
conseguido, y a veces ellas mismas han hecho todo lo posible para que algunos
Estados las tengan, me refiero a los casos concretos de Israel y Pakistán.
Pero, también se han hecho con armas nucleares, además de los cinco miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho a veto y de esos dos
países citados, India y Corea del Norte. Cuando se desintegró la Unión
Soviética había una gran preocupación, en Rusia y en Occidente, de que parte
del arsenal atómico de la URSS fuera a parar a los nuevos países. En particular
había mucha preocupación de que algunas de esas armas se perdieran en los
nuevos Estados islámicos centroasiáticos, que habían sido repúblicas federadas
de la URSS, y acabaran en grupos terroristas yihadistas. Una de las condiciones que Rusia
impuso entonces para no poner trabas a la independencia fue que esos nuevos
países no se convirtieran en sus enemigos estratégicos (va entendiendo usted lo
que ha pasado en Ucrania, por ejemplo) y que Rusia pasara a controlar todo el arsenal
nuclear de la URSS. Sin embargo, lo que ha sucedido en Afganistán debe hacer
saltar de nuevo todas las alarmas. El movimiento talibán podría, por efecto dominó,
contaminar a países ya muy fundamentalistas, como Pakistán, y el arsenal
atómico pakistaní, al completo o aunque fuera en una pequeña parte, quedar bajo control de gentes a las que no
les importaría borrar del mapa una ciudad y jugar al chantaje con el mundo, con el gran inconveniente de no saber dónde está ese enemigo para
neutralizarlo.
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