
Yo siempre he tenido la impresión de que José María Aznar quiere volver a ser presidente del Gobierno, porque piensa
que nadie es capaz de hacer las cosas mejor que él. Ese es un rasgo de su
personalidad muy acusado, que cualquier psicólogo asociaría a su manera de
caminar, de hablar y de expresar su lenguaje no verbal, donde la prepotencia y,
porqué no decirlo, la chulería priman por encima de todo. Ese complejo de
superioridad no tiene ninguna base lógica, pues si bien es cierto que en sus
dos mandatos presidenciales España creció de forma espectacular, no es menos
verdad que la política del ladrillo que patrocinó y las grandes privatizaciones
que abanderó, aplaudidas ambas por los socialistas, que también se subieron a
ese carro, están pasando ahora factura a los españoles. Conviene recordar, ahora que tenemos la electricidad de las mas caras de Europa, cuando el
ministro Piqué, en plena vorágine privatizadora, nos decía que habría mas
competencia y que los precios de la energía bajarían. Eso sí, D. José María
tiene actualmente un cargo testimonial, de los de no hacer nada, en ENDESA, una
de las grandes empresas públicas españolas que privatizó, por el que cobra
200.000 euros anuales. Sus fechorías han sido muy grandes y variadas, pero los ciudadanos
se han quedado con su apoyo a la Guerra de Irak (con la foto de Las Azores y
las “armas de destrucción masiva” que “sin duda” tenía Saddam Hussein) y con el
circo que montó en torno a los atentados del 11M, echando la culpa a ETA de
unas acciones criminales islamistas que le salpicaban de sangre.
Aznar nunca ha pedido perdón por
las canalladas que ha hecho, ni piensa hacerlo, es mas, pretende emerger sobre
las cenizas del PP, irremediables ante la crisis y la falta de soluciones para
encararla, para salvar a España y a los españoles.
Y es porque sabe que su partido,
a pesar de las mentiras que pretenden endulzar la triste realidad, se va a
pegar unos batacazos electorales de aúpa, que piensa que es mejor una retirada estratégica al
desierto que, como decía la Alemania nazi cuando ya perdía la segunda Guerra
Mundial, un avance hacia la retaguardia.