La noche electoral del 28 de
abril los socialistas festejaban su triunfo en la calle Ferraz de Madrid, donde
está la sede central de su partido. Era un triunfo agridulce, porque si bien el PSOE había subido en votos y
parecía que no seguiría el mismo camino hacia la minimización de otros partidos
socialdemócratas europeos, los 123 diputados obtenidos quedaban muy lejos de lo
que las encuestas que manejaban les otorgaban. Esa misma noche los militantes
socialistas, que habían tomado un protagonismo inusitado en su partido no hacía
mucho tiempo al revertir un golpe contra su secretario general, tenían claro lo
que querían: “Con Rivera no” gritaban a Pedro Sánchez. Visione usted el vídeo
de esa noche y vea el trabajo que le costó a Sánchez decir que había entendido
ese mensaje. Pero, yo creo que, en verdad, no lo había entendido. Como hizo en
2.015, y a pesar de las duras palabras que el líder de Ciudadanos le dedicó en
los dos debates electorales televisados, Pedro Sánchez y su asesor, Iván Redondo,
seguían pensando en Rivera para formar Gobierno. Esta vez no era como en 2.015,
cuando firmaron un acuerdo derechista con Ciudadanos y a Rivera le daban la
vicepresidencia del Gobierno y tres ministerios, pero de los de verdad, esta
vez no hacían falta los votos de UP para investir presidente a Pedro Sánchez,
con los 123 escaños del PSOE más los 57 de Ciudadanos tenían más que suficiente
y, además, esa era la apuesta de los poderes fácticos. Pero, hete aquí, que la
dirección socialista, y toda la pléyade de personajes y personajillos que presionaban
para esa segunda edición de un pacto entre PSOE y Ciudadanos, parecían no
conocer los planes de Rivera, que ya estaba en otra clave de proyecto y cuya
intención no pasaba por convertirse en muletilla del PSOE y a las siguientes
elecciones desaparecer o quedar reducidos a muy poca cosa, sino en liderar la
derecha y llegar a ser presidente del Gobierno. Rivera hizo una buena lectura
de lo que le había pasado a su partido después de pactar en 2.015 con Sánchez,
Ciudadanos perdió 8 diputados y pasó de tener 40 a quedarse con 32, al
contrario, dando cera al PSOE, había subido de esos 32 diputados a los 57
actuales. La estrategia estaba clara y era la correcta. Por eso en la sesión de
investidura Rivera no dio a Sánchez ni agua, por eso en la sesión de
investidura Rivera llamó a Sánchez “el jefe de la banda”. Como por encanto,
todas las expectativas de la gente que se había hecho ilusiones se vinieron
abajo, y con solo 123 diputados, más uno de Revilla, Sánchez no puede ir muy
lejos. Desde ese momento el PSOE pensó ya en ir a unas nuevas elecciones
generales, las encuestas que manejaban los socialistas e Iván Redondo los
dejaban muy cerca de la mayoría absoluta. Pero había que montar un paripé y
establecer un relato creíble, no se podía llevar a los españoles a unas nuevas
elecciones generales sin echar la culpa de eso a alguien, a alguien no que
fueran ellos mismos. Nunca los socialistas quisieron a los de UP en su
Gobierno, como en el pasado Felipe González prefirió pactar con CIU que con IU.
No los llaman “piojosos”, como hace la derecha, pero lo piensan. Los dirigentes socialistas siempre han
preferido pactar con la derecha que con los comunistas, nada nuevo bajo el Sol, aunque los de UP se parecen muy poco al viejo PCE. La secuencia de acontecimientos del paripé de las negociaciones para un acuerdo
que no se quería se la voy a ahorrar a usted, es de sobra conocida. Pero,
las últimas encuestas ya no son tan optimistas para el PSOE, se terminaron hace
tiempo los viernes sociales, autonomías y ayuntamientos están en graves
dificultades financieras, no hay un Presupuesto y el Gobierno lleva sin tomar
decisiones desde hace meses. Estar nueve meses en el Gobierno teniendo muy
pocos diputados fue una bendición para Sánchez de cara a las elecciones del 28
de abril, pero ahora se ha llegado a un punto de inflexión. En las pasadas
elecciones generales el PSOE fue, con diferencia, el partido más votado, pero
sin UP los socialistas solo tienen 123 diputados y las derechas más la ultraderecha suman 147.
Así de claro. Si vamos a nuevas elecciones generales y las derechas y la
ultraderecha concurren juntas en algunas CC AA o un partido, como el PP, logra concentrar en
él más los votos que el 28 de abril, el Gobierno de España será suyo y, como en
2.016, cuando ganó Rajoy, el PSOE se volverá a equivocar. Sinceramente, lo
confieso, soy incapaz de responder a la pregunta que he planteado al principio
de este escrito.
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