Como este es un término que no
está en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la
interpretación de lo que significa está sujeta al libre albedrío, pero, eso sí,
deriva de la palabra pueblo y el significado mas acertado sería que son
movimientos que buscan el apoyo de las clases populares. Naturalmente, el poder
establecido, que es el principal enemigo de todos los populismos, quiere darle
otro significado, asociando el término
populismo a demagogia y a falta de rigor, por eso han acuñado que los
populismos son movimientos que ofrecen soluciones sencillas a problemas
complejos.
El problema que tiene el poder es
que no ofrece ninguna solución a los graves problemas que las sociedades
actuales tienen planteados y que muchos de los problemas que califican de
complejos o no lo son tanto o si tienen soluciones sencillas, pero que no
quieren acometer ¿Es el fraude fiscal, por ejemplo, un problema complejo? los
Gobiernos dicen que sí, porque no tienen ninguna intención de acabar con él,
sin embrago tiene soluciones sencillas, como cambiar la Ley y el Código Penal,
retirar el papel moneda y que todos los pagos se hagan con tarjeta y establecer
sanciones contra los paraísos fiscales.
El mundo está cambiando rápidamente
y no sabemos hacia dónde va a caminar en este siglo XXI, pero nada será como lo
que hemos conocido tras la Segunda Guerra Mundial. El ascenso de los llamados
populismos en Europa Occidental y en los EE UU es nuevo hasta cierto punto (en Europa deberíamos conocer bien el fonómeno), pero no así en el
Tercer Mundo, porque han sido movimientos radicales o heterodoxos, no homologables
con los partidos políticos al uso en los países desarrollados, los que han
tenido que tomar las riendas en muchos países para librarse del colonialismo y
del imperialismo. Pocos lo han conseguido, todo hay que decirlo.
En Europa Occidental los populismos
no han surgido por generación espontánea, se han estado haciendo a fuego lento
mientras la socialdemocracia se desmoronaba por su derechización y los Gobiernos
fomentaban guerras que provocaban la invasión de inmigrantes y refugiados. Lo que
ha sucedido en Libia y Siria son dos buenas muestras de ello. La crisis
económica que produjo la explosión de la burbuja financiero-inmobiliaria y su
impacto brutal en amplias capas sociales, en particular sobre los trabajadores,
fue la gota que colmó el vaso para que empezara la tormenta perfecta. El poder
todavía no ha asimilado lo que ha sucedido en el Reino Unido y en los EE UU,
pero aún no ha visto nada.
Lo verdaderamente preocupante es
que una buena parte de esos movimientos populistas en realidad son fascistas y,
como hicieron en los años 30 del siglo pasado, están siendo muy hábiles
arrimando el ascua a su sardina. Exactamente igual que hicieron Mussolini, Hitler
y Franco, los movimientos y partidos pupulistas-fascistas saben que su nicho de
votos y de apoyos no puede ser otro que los trabajadores. Por eso si lee usted
el programa de Donald Trump o de Marine Le Pen, por poner solo dos ejemplos, verá
que van dirigidos a obtener el apoyo de los trabajadores y las clases populares.
Un engaño en el que nadie debería caer, porque esa película ya la hemos visto y
ya la hemos padecido con consecuencias dramáticas en Europa.
Como mirlos blancos en una fauna plagada
de cuervos negros están los populismos de izquierda, que en algunas cuestiones
coinciden con las mismas recetas que los populismos fascistas, pero que tienen
en su contra que no son conscientes, como lo es ya mucha gente, de la bomba de
relojería que representa la inmigración masiva. A pesar de algunas de sus bobadas y
demagogias, son mucho mas de fiar y muchísimo menos peligrosos que los que
pueden dar los siguientes sustos en Austria y en Francia.
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