
¿Se imagina usted lo que dirían
las editoriales de los principales diarios nacionales, los telediarios y muchos
tertulianos si la purga no se estuviera produciendo en el PSOE sino en Podemos?
Pablo Iglesias sería el nuevo Stalin español. Las consecuencias de la falta de
lealtad al secretario general del partido y, sobre todo, al programa electoral
y a lo que se dijo a los españoles durante la campaña, que se votaría NO a Rajoy,
no las van a pagar los golpistas y los que llevan conspirando contra su líder
desde el minuto uno en que fue elegido, sino los que han sido consecuentes con
el mandato del voto de la ciudadanía y leales al secretario general que eligió directamente
la militancia.
Todos hemos visto como la asonada
contra Pedro Sánchez fue dirigida desde fuera del PSOE y liderada por Felipe
González, un personaje que, aunque muchos socialistas siguen considerando un
valor del partido, tiene un lado oscuro que da miedo, fue echado a gorrazos del
Gobierno por los españoles, se convirtió en maestro de las “puertas giratorias”
y que ahora es un multimillonario lobbysta al servicio de oscuros intereses. Estos
días también hemos visto como, aprovechando una de sus conferencias, González se
abrazaba con los expresidentes andaluces Chaves y Griñán (los de los Eres) y
echaba flores dialécticas a la ambiciosa Susana Díaz, pero sin apoyarla de
forma explícita para la secretaría general. En fuentes generalmente bien
informadas se dice que los poderes fácticos ya están pensando en otra persona
para que ocupe ese puesto.
Por supuesto que tiene que haber
consecuencias, pero no me refiero a los que siguieron siendo leales al voto
popular, sino a los golpistas de salón metidos a maquiavelos amateur que están
haciendo horas extras para cargarse un partido centenario por el que muchos han
luchado y se han dejado la vida. Y las habrá.
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