La nueva dirección del PSOE está
intentando convencer a la opinión pública de que la purga interna que ha
desatado contra los diputados que votaron No a la investidura de Rajoy e
incluso también contra algunos/as que se abstuvieron a regañadientes, como las
diputadas asturianas Adriana Lastra y Maria Luisa Carcedo, que siempre estuvieron
al lado del secretario general, Pedo Sánchez, es lo mas normal del mundo y que
la rebeldía debe tener consecuencias. Esto sucede en un partido cuyo
funcionamiento interno ha sido muy stalinista y carente de libertad
democrática. Todos debemos recordar la famosa frase de Alfonso Guerra: “el que
se mueva no sale en la foto”. Sin embargo, en los últimos años el aparato
socialista había hecho avances importantes hacia la democratización, como que
el secretario general del partido fuera elegido directamente por los
militantes, por eso, a mi entender, Pedro Sánchez ha sido el secretario general
del PSOE mas legítimo, pues ha sido el único elegido de esa forma. La designación
directa y, en general, someter al parecer de los ciudadanos las grandes
decisiones asusta, por eso se ha insistido mucho en los últimos tiempos en la “democracia
por delegación”, algo que usado en exceso se parece mucho a la “democracia
orgánica” de Franco.
¿Se imagina usted lo que dirían
las editoriales de los principales diarios nacionales, los telediarios y muchos
tertulianos si la purga no se estuviera produciendo en el PSOE sino en Podemos?
Pablo Iglesias sería el nuevo Stalin español. Las consecuencias de la falta de
lealtad al secretario general del partido y, sobre todo, al programa electoral
y a lo que se dijo a los españoles durante la campaña, que se votaría NO a Rajoy,
no las van a pagar los golpistas y los que llevan conspirando contra su líder
desde el minuto uno en que fue elegido, sino los que han sido consecuentes con
el mandato del voto de la ciudadanía y leales al secretario general que eligió directamente
la militancia.
Todos hemos visto como la asonada
contra Pedro Sánchez fue dirigida desde fuera del PSOE y liderada por Felipe
González, un personaje que, aunque muchos socialistas siguen considerando un
valor del partido, tiene un lado oscuro que da miedo, fue echado a gorrazos del
Gobierno por los españoles, se convirtió en maestro de las “puertas giratorias”
y que ahora es un multimillonario lobbysta al servicio de oscuros intereses. Estos
días también hemos visto como, aprovechando una de sus conferencias, González se
abrazaba con los expresidentes andaluces Chaves y Griñán (los de los Eres) y
echaba flores dialécticas a la ambiciosa Susana Díaz, pero sin apoyarla de
forma explícita para la secretaría general. En fuentes generalmente bien
informadas se dice que los poderes fácticos ya están pensando en otra persona
para que ocupe ese puesto.
Por supuesto que tiene que haber
consecuencias, pero no me refiero a los que siguieron siendo leales al voto
popular, sino a los golpistas de salón metidos a maquiavelos amateur que están
haciendo horas extras para cargarse un partido centenario por el que muchos han
luchado y se han dejado la vida. Y las habrá.
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